En Barcelona, las autoridades locales eliminaron una ruta de autobús de Google Maps para evitar que los turistas se subieran a bordo, desplazando a codazos a los lugareños ancianos. En Islas Baleares, donde se encuentran Ibiza o Mallorca, han entrado en vigor restricciones al alcohol en un intento por recuperar el control sobre sus desordenadas calles. Venecia (Italia) ha comenzado a cobrar una tarifa turística para tratar de frenar el flujo interminable de visitantes. En Bali (Indonesia) hay un nuevo impuesto al turismo después de una serie de incidentes en los que visitantes profanaron lugares sagrados y se comportaron de manera irrespetuosa, y la listra continúa de restricciones y protestas contra el turismo y los inmensos problemas que viven los residentes en centros turísticos.
Sólo en España, que en 2023 recibió la histórica cifra de 85,1 millones de visitantes internacionales (un 19% más que el año anterior), este año se esperan aún más. Y París vive hoy los Juegos Olímpicos, unido a las vacaciones del verano, que de por sí son un motivo de viaje tanto de europeos, como extracontinentales de todo el mundo.
Viajar es más fácil y hay ofertas de todos los gustos y presupuestos, pero, qué se mueve detrás de este boom post pandémico. Lo primero, la gran cantidad de personas que necesariamente consumen los recursos de la ciudades, playas, montañas y campos. Eso significa agua, electricidad, gas, transporte y comida. Se suma los niveles astronómicos de contaminación por todo tipo de desechos, especialmente en playas y montañas, con las implicaciones que ello conlleva en el deterioro paisajístico, de fauna, fuentes de agua y suelo.
Los movimientos comerciales de arrendar tu vivienda para turistas, no solo afecta a los hoteles, principalmente a los residentes de esta ciudades, que difícilmente consiguen un arriendo de una vivienda digna. Costosas, pequeñas, incómodas son los supuestos apartamentos de 15 metros cuadrados en los que se terminan ubicando los habitantes de estos escenarios turísticos de categoría mundial. Y no solo es la vivienda, residir en estas urbes implica sobrecostos a todo nivel, que el turista no ve porque va de paso. Se vuelven ciudades imposibles para los residentes, además de perder la tranquilidad y la seguridad.
Cuando observamos escenarios naturales, el desastre es mayor. La huella de carbono de los visitantes se multiplica de forma exponencial. Daño ambiental por destrucción, contaminación de plásticos, colilla de cigarrillo, variedad de empaques que se dejan por doquier. El ruido de las personas, transporte de todo tipo alteran el funcionamiento natural de esas playas de catálogo, que en la realidad son solo eso, fotos retocadas. Allí el tema del agua potable es un verdadero problema, y más cuando se tratan de «esos lugares de encanto alejados del mundanal», lo cierto es que el costo se dispara de forma astronómica para los residentes, al pagar un recurso escaso que hay que traer de otros lugares o por la sobreexplotación de acuíferos con todo lo que implica.
Se pensaría que las grandes montañas se salvan de esta industria, no es así. Literalmente hay colas para escalar el Everest, con la presencia de una gran cantidad de personas que consumen recursos que hay que llevar y de los cuales quedan montañas de basura. Y si se trata de selvas y supuesta «naturaleza virgen», pues el daño ambiental es descomunal. La sola presencia de los turistas ya alteran estos ecosistemas afectando todo tipo de fauna animal y vegetal. Las excursiones a la Amazonía afectan de forma drástica los bosques tropicales con áreas extensas despejadas para dar paso a complejos hoteleros y actividades turísticas.
Hay otro daño que es el social. Alcoholismo, drogas, trata de personas, turismo sexual, desorden de todo orden dañan la vida de los residentes. Se espera que el turista respete las culturas que visita, pero no es así en todos los casos. Ya no es extraño encontrar noticias de excesos de turistas que dañan, profanan e irrespetan lugares de especial connotación cultural o religiosa. La rumba ruidosa, sin límites se ha tomado puertos, ciudades grandes, villas o playas donde el exceso es la nota predominante.
Y sobre el transporte, el tema de contaminación es evidente. Aviones, buques, trenes, autobuses, autos rentados de todo orden aumentan los volúmenes de vehículos que buscan satisfacer la demanda de usuarios, con lo que imprime un mayor consumo de carburantes, contaminantes del aire y de las grandes aguas, siempre en un proceso de crecimiento, que se justifica por los resultados financieros de la industria turística.
A Colombia se le está vendiendo como un centro de grandes escenarios y experiencias para los visitantes, pero ¿se conoce el costo real de lo que esto implica en costos y molestias de todo orden para los residentes? El gran turismo está ahora cuestionado por uno de los escenarios mundiales que sobreviven de esta industria: Europa. Y cada vez para sus residentes es más complejo vivir allí, igual sucede en el Sudeste Asiático, las Islas del Pacífico, las rutas del Caribe y en los hitos de suramérica.
Los resultados económicos siempre será el argumento para seguir promoviendo esta industria, habría que poner en la balanza el daño ambiental, cultural, social, el desequilibrio económico para los residentes y algo que se pierde con facilidad, la tranquilidad y la seguridad. Todo sea por una industria multimillonaria y en la que se confía que será la salvadora económica de paises realmente bellos, pero que no aprenden las lecciones de los que sufren las consecuencias, que se van acentuando con los años. No todo puede ser dinero, ni ilusiones de riqueza económica a costa de la riqueza ambiental y humana.