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Un efecto global y local que también nos toca a la puerta

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La desertificación es un problema global que afecta el 45% de la superficie terrestre , lo que se manifiesta por la pérdida de tierras cultivables, los expertos aseguran que la inversión en la restauración de tierras, procesos agroecológicos junto con el uso de energía sostenible, son opciones rentables para mitigar este fenómeno.

La desertificación, que es un efecto mundial, causa repercusiones como la sequía, la migración forzada y la reducción del acceso a alimentos. En Suramérica, estas consecuencias se sienten de manera particularmente aguda debido a la diversidad de ecosistemas y la dependencia de muchos países de la agricultura. Para enfrentarla efectivamente, es esencial abordar el problema desde los niveles de políticas y decisiones globales y de la acción local para mitigar sus efectos .

Si las personas ya no pueden producir alimentos en sus tierras, se verán obligadas a emigrar, lo que puede tener graves consecuencias para la seguridad mundial. La competencia por el acceso a la tierra y al agua generan conflictos, afectando la homogeneidad de las comunidades y las economías nacionales.

Se estima que hasta el 50% del PIB mundial podría perderse de aquí a 2050 debido a los problemas relacionados con la agricultura y la producción de alimentos, a menos que se aborde la cuestión de la pérdida de tierras y la desertificación. En Suramérica, este fenómeno afecta especialmente a regiones como el Gran Chaco y el noreste de Brasil.

En lo que respecta a las tierras áridas y la desertificación, se calcula que el 45% de la superficie terrestre está afectada por este fenómeno y cerca de 3.200 millones de personas, es decir, un tercio de la población mundial, sufren esta realidad. Cada año se degradan cien millones de hectáreas de tierra, una superficie equivalente al tamaño de Egipto. Es necesario restaurar 1.500 millones de hectáreas de tierra para revertir los efectos de la desertificación.

Una de las soluciones clave para enfrentar el deterioro de los suelos cultivables es la mejora de las técnicas agrícolas. Esto incluye prácticas sostenibles que reduzcan el impacto de la agricultura en la tierra. En Suramérica, técnicas como la agroforestería, la agroecología, la rotación de cultivos y el uso de cultivos de cobertura pueden ser efectivas. Estas prácticas ayudan a mantener la fertilidad del suelo con lo que se logra aumentar la productividad agrícola.

La agroecología, como ciencia y práctica, juega un papel crucial en la protección del suelo cultivable, del agua y del medio ambiente rural. Este enfoque integra principios ecológicos en el diseño y manejo de sistemas agrícolas sostenibles donde se promueve la biodiversidad, mejora la fertilidad del suelo y utiliza métodos naturales para controlar plagas, enfermedades y la producción de abonos en una economía circular que aumentan la capacidad para retener agua y nutrientes sin usar agroquímicos.

Promueve el uso eficiente del agua mediante técnicas como la captación de agua de lluvia, el riego por goteo y la gestión integrada de cuencas, prácticas que ayudan a conservar el agua, especialmente en regiones áridas y semiáridas.

Los sistemas agroecológicos son más resilientes a los cambios climáticos extremos debido a su diversidad y adaptabilidad ya que soportar sequías, inundaciones y otros fenómenos climáticos extremos. La inclusión de diferentes especies de plantas y animales mejora la estabilidad del ecosistema y proporciona servicios ecológicos como la polinización y el control biológico de plagas.

En Suramérica, la agroecología ha demostrado ser una estrategia efectiva para combatir la desertificación y promover el desarrollo sostenible. Iniciativas agroecológicas en países como Colombia, Brasil, Argentina y Perú han mostrado resultados positivos en términos de mejora de la productividad agrícola y conservación de los recursos naturales.

Junto a esta forma de trabajar los cultivos, hoy las fuentes sostenibles de energía, como la solar y la eólica, ayudan a las comunidades a revertir la desertificación y la pérdida de tierras. Este tipo de energía permite la cosecha de agua, el almacenamiento y procesamiento y la reducción de la pérdida de alimentos, creando cadenas de valor a nivel local. El uso de represas, la generación a través del consumo de combustibles fósiles afectan directamente el suelo, las aguas y en general todo el ecosistema. El sol y el viento son protagonistas de cambios importantes para la generación de energía en regiones campesinas y rurales apartadas.

La restauración de tierras degradadas es esencial para proporcionar más seguridad alimentaria y reducir los conflictos, no es una actividad cara, pero si absolutamente necesaria. Se estima que cada dólar invertido en la restauración de tierras puede generar hasta 30 dólares en beneficios económicos, lo que hace que la inversión en actividades de restauración sea rentable desde el punto de vista económico.

La responsabilidad de enfrentar la desertificación no recae solo en las comunidades locales, sino también en los gobiernos y de forma especial en el sector agroindustrial y de monocultivos extensivos. Esta forma de producción es uno de los mayores impulsores del mal uso de la tierra en el mundo.

Es crucial que los gobiernos y el sector privado colaboren para promover prácticas agrícolas sostenibles y reducir la presión sobre las tierras. Las políticas públicas deben enfocarse en reducir las subvenciones a las actividades agrícolas que dañan el medio ambiente y dirigir esos recursos hacia prácticas sostenibles.

Además hay que considerar que los actuales y futuros fenómenos climáticos extremos tienen graves repercusiones en la tierra, las comunidades y las economías locales. No se puede proteger la biodiversidad o la tierra sin abordar la cuestión climática y viceversa.

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