Las tecnologías de inteligencia artificial (IA) están transformando rápidamente todos los aspectos de la sociedad, desde el trabajo hasta las relaciones personales. Sin embargo, su desarrollo y uso conllevan riesgos significativos, como sesgos de discriminación, desinformación y personificación indebida. Para abordar estos desafíos, es imperativo establecer marcos éticos de gobernanza.
Una IA sin bases éticas representa un peligro considerable. Por ello, se debe elaborar una estrategia internacional que incluya a diversos actores y sectores. Esta estrategia debe guiar el desarrollo de tecnologías de IA, alineándolas con los derechos humanos y la dignidad humana. Es crucial que estas tecnologías no sean simplemente lanzadas al mercado sin una evaluación exhaustiva de sus posibles consecuencias.
Estudios recientes estiman que la adopción de la IA puede incrementar el PIB mundial entre un 1,5% y un 2% en los próximos diez años. Además, se prevé que la IA transformará entre el 40% y el 60% de los empleos a nivel global. Estos cambios subrayan la necesidad de preparar a los países no solo en términos de datos y generación de conocimiento, sino también en la aplicación de estas tecnologías para orientar políticas públicas y mecanismos de gobernanza.
El uso creciente de la IA en la vida cotidiana ha generado preocupaciones éticas significativas. Las interacciones impredecibles entre humanos y IA pueden tener implicaciones delicadas. Por ejemplo, existe el riesgo de que la dependencia emocional en la IA reduzca la interacción humana genuina. Además, los chatbots que utilizan interacciones humanas para aprender y desarrollarse pueden poner en riesgo la privacidad, ya que información íntima del usuario podría ser memorizada y potencialmente filtrada.
Una tendencia emergente es el uso de IA para relaciones románticas virtuales es la aplicación Glow en China que ofrece compañeros IA personalizados, mientras que los juegos de romance «Otome» permiten a los usuarios construir relaciones con personajes virtuales. Este fenómeno refleja la frustración de muchas mujeres chinas con la desigualdad de género en la vida real, encontrando en las relaciones virtuales una forma de sentirse respetadas y valoradas.
La industria tecnológica está al tanto de estas tendencias y busca formas de monetizarlas de manera responsable. OpenAI, por ejemplo, ha explorado la capacidad de generar contenido «No Seguro Para el Trabajo» (NSFW), incluyendo conversaciones íntimas con novios virtuales. Sin embargo, es fundamental que cualquier avance en esta área se haga con una regulación estricta para proteger la privacidad y la dignidad de los usuarios.
La IA finalmente refleja nuestra naturaleza humana que desde su principio se mueve y motiva por las pasiones que hay en su interior. La necesidad de ser aceptado, de dominar y tener poder, de la idea de la superioridad racial, cultural, religiosa, de la riqueza material sin límites y las búsqueda de trascender al tiempo y ser eternos en la memoria de la sus congéneres, hace indispensable legislar la IA en defensa de la humanidad y su propia autodestrucción.
Como siempre el problema no es la tecnología, sea cual fuere de antes , de ahora o del futuro, el problema radica en el ser humano que se mueve entre los dos extremos de la generosidad y del egoísmo, porque se considera así mismo como el centro y la totalidad de la vida en el planeta, poseedor y explotador de todo recurso, incluyendo a sus congéneres esclavizados de diversas formas a través de la historia.
En la sociedad individualista de occidente proclamada en todo el mundo, los amores románticos y hasta físicos con máquinas de IA no serían de extrañar, pues el límite es la propia complacencia como foco de la vida y el objetivo principal, no importa el costo humano, social y planetario.
El problema no es el cuchillo, es lo que hagamos con el y los resultados que obtenemos de nuestra intenciones e intereses.
Si la IA no se legisla bajo principios éticos y de valores que dignifiquen al ser humano, la IA se convertirá en el motor de la degradación humana.