El desastre natural que enfrenta la Amazonía no solo afecta a Brasil, sino que repercute en todo el sistema climático de América del Sur, particularmente en la Cordillera de Los Andes y los países que dependen de su estabilidad climática. Conocida como el «pulmón del planeta», desempeña un papel crucial en el ciclo del agua y la regulación climática, su degradación tiene consecuencias dramáticas que comenzamos a experimentar.
La Amazonía, que abarca más de 5,5 millones de kilómetros cuadrados, es un vasto sistema de bosques tropicales que genera alrededor del 20% del oxígeno del planeta. Sin embargo, su contribución más importante es la capacidad de generar y distribuir vapor de agua, lo que mantiene el equilibrio climático en la región y más allá. A través de un proceso conocido como «ríos voladores», la selva libera grandes cantidades de vapor de agua en la atmósfera que viaja hacia el oeste, impactando el régimen de lluvias en toda Suramérica.
Según estudios del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE) de Brasil, la deforestación ha reducido la capacidad de la Amazonía para funcionar como un regulador hídrico, lo que amenaza con intensificar las sequías en el continente. En particular, los científicos alertan que la pérdida de la cobertura forestal interrumpe el ciclo hidrológico que alimenta a la Cordillera de Los Andes, lo que provoca una menor cantidad de lluvias en regiones clave como los altiplanos de Bolivia, la selva peruana, los andinos de Ecuador, Colombia y Venezuela, los sistemas de glaciares y nieves de Argentina y Chile.
El ciclo del agua en la Amazonía y los Andes está intrínsecamente vinculado. Las masas de aire cargadas de humedad que se forman en la cuenca viajan hasta las alturas de Los Andes, donde descargan su humedad en forma de lluvias y nieve. Este proceso es vital para alimentar ríos y sostener los glaciares andinos, que a su vez proporciona agua a millones de personas. La Fundación MapBiomas ha estimado el sistema genera hasta 9 billones de toneladas de agua al año, vitales para el continente.
Investigaciones de la Universidad de California en Santa Cruz destacan que, con la disminución de los «ríos voladores», las proyecciones de sequías en regiones como la cuenca del Titicaca y los valles del sur de Perú son cada vez más alarmantes. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) advierte que esta tendencia podría conducir a una reducción del 30% en la disponibilidad de agua en los Andes para 2050 si la deforestación continúa a este ritmo, que se acentúa por los incendios forestales. Esta realidad contribuye a la desaparición acelerada de glaciares como el Pastoruri en Perú y el Tuni Condoriri en Bolivia, que son fuentes esenciales de agua para las poblaciones locales.
El daño también afecta a los pobladores indígenas que según datos del Instituto Socioambiental (ISA) de Brasil, más de 200 comunidades dependen directamente de los recursos de la selva para su subsistencia. La deforestación y los incendios afectan directamente la calidad del aire, el acceso a alimentos y la salud de estas comunidades. Además, la degradación del suelo y las alteraciones del régimen de lluvias están dificultando la agricultura local, lo que lleva a una mayor vulnerabilidad.
Pero el desastre es mayor cuando se considera la biodiversidad afectada. Según un estudio de la Universidad de Sao Paulo, las especies vegetales y animales que dependen de los microclimas estables de la Amazonía están en riesgo de extinción. Entre 2019 y 2023, se estima que más de 2 millones de hectáreas han sido afectadas por incendios y deforestación, lo que ha causado una pérdida masiva de hábitats. La destrucción de la Amazonía pone en peligro a especies emblemáticas como el jaguar, el águila arpía y una vasta cantidad de plantas endémicas que juegan un papel vital en el ecosistema.
El impacto en la agricultura también es una preocupación central. En países como Ecuador y Bolivia, las comunidades rurales que dependen del agua de los glaciares para sus cultivos ya están experimentando dificultades. Un informe del Banco Mundial estima que la disminución de las precipitaciones y la reducción de los glaciares podría llevar a pérdidas agrícolas de hasta el 50% en ciertas regiones andinas para 2030, lo que afectaría tanto la seguridad alimentaria como los medios de vida de miles de personas.
Desde el punto de vista económico, esta destrucción tiene implicaciones devastadoras, particularmente para las economías agrícolas que dependen de un clima estable y la disponibilidad de agua. La agricultura y la ganadería son las principales actividades en las áreas circundantes de la Amazonía que busca extender la frontera agrícola con consecuencias aún no medidas totalmente, pero que se estima ocasionará la ruina económica del gigante de Suramérica. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las sequías severas pueden reducir el rendimiento agrícola en un 40%, afectando cultivos esenciales como el maíz, la soja y el café, todos ellos productos clave para las exportaciones de Brasil y otros países de continente.
Al romper el ciclo natural del agua con la deforestación, se provoca una reducción significativa en la fertilidad del suelo. Las tierras robadas a la selva presentan un desafío de sostenibilidad a largo plazo. Si bien la conversión de bosques en áreas agrícolas puede parecer lucrativa en el corto plazo, los suelos amazónicos, en su mayoría, son frágiles y de baja calidad para la agricultura intensiva. Sin la cubierta forestal, estas tierras pierden rápidamente su capacidad de retener nutrientes y agua, lo que las convierte en suelos infértiles después de pocos años de trabajo. Y lo que fuera un vasto verde, será un nuevo desierto en el planeta.
La inversión en técnicas agronómicas para mejorar estos suelos, como el uso de fertilizantes, sistemas de riego y la rotación de cultivos, es costosa y no garantiza rentas perdurables. Los estudios del Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA) han demostrado que las tierras deforestadas tienen una vida útil agrícola de solo 10 a 15 años antes de volverse improductivas, lo que lleva a una mayor presión para deforestar aún más, creando un círculo vicioso de degradación ambiental y empobrecimiento general del país y de Suramérica.
La desaparición de ríos y cuerpos de agua por la destrucción está afectando gravemente las rutas comerciales donde las comunidades rurales dependen del transporte fluvial para llevar sus productos al mercado. Según un estudio de la Universidad Federal de Minas Gerais, el transporte fluvial en la cuenca amazónica mueve alrededor del 60% del comercio agrícola de la región. La pérdida de estos ríos implica mayores costos de transporte por vía terrestre, lo que a su vez reduce la competitividad de los productos agrícolas en los mercados nacionales e internacionales.
A largo plazo, la continua pérdida de este ecosistema crítico afectará gravemente la capacidad de Brasil y los países andinos para mantener su producción agrícola, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria de millones de personas y afectando directamente sus economías. La presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva, ha mostrado un renovado compromiso para reducir la deforestación, revirtiendo muchas de las políticas laxas implementadas por su predecesor, Jair Bolsonaro. Según el Ministerio de Medio Ambiente de Brasil, en el primer semestre de 2024, la deforestación en la Amazonia se redujo en un 33%, en comparación con el mismo período del año anterior.
Además, iniciativas internacionales como el Acuerdo de París y el Pacto Leticia, firmado por países amazónicos, buscan coordinar esfuerzos para preservar el bosque tropical más grande del mundo. Sin embargo, los expertos señalan que sin un cambio significativo en las políticas económicas que impulsan la deforestación —como la expansión agrícola, la minería ilegal y la tala— estos esfuerzos podrían ser insuficientes para detener la degradación de la Amazonia y proteger su papel crucial en todos los ecosistemas de Suramérica. Y hay que recordar que volver a tener estos bosques implican décadas y no surgen de un momento a otro.
El daño está causado y remediarlo es complejo, costoso y no hay garantías que se logre por las presiones económicas ciegas que no entienden el problema que afecta de forma directa a Suramérica, al planeta acelerando la crisis climática ahora y en los años por venir.