Las grandes ciudades del mundo, y particularmente las capitales de América Latina, son centros que nunca duermen, impulsadas por una idea de desarrollo y un imparable deseo de progreso. Sin embargo, ese crecimiento vertiginoso tiene un costo alto, tanto ambiental como social. La promesa de bienestar que ofrecen estas urbes parece inalcanzable para muchos de sus habitantes, mientras que los niveles de indigencia y el mal vivir aumentan cada vez más.
El desarrollo de las metrópolis viene acompañado de un uso intensivo de los recursos ambientales. Ciudad de México, Bogotá, Buenos Aires y São Paulo, son ejemplos claros de este fenómeno, donde el crecimiento desmedido y la falta de planificación han generado una crisis ambiental que amenaza tanto el bienestar de sus habitantes como la sostenibilidad del entorno
Las grandes ciudades que nunca duermen requieren una cantidad de energía monumental. Los sistemas de transporte, las industrias y los millones de hogares demandan energía constante, lo que a su vez incrementa las emisiones de gases de efecto invernadero. Y hay que considerar las ciudades que tienen estaciones y lo que implica en el uso de la energía eléctrica para lograr un ambiente más amable para vivir.
Ciudad de México, Santiago de Chile por ejemplo, enfrentan una contaminación atmosférica crónica, São Paulo también es una de las ciudades con mayor producción de CO2 en el continente, y su crecimiento desmedido ha llevado a la deforestación de importantes áreas circundantes. Bogotá o Medellín no se quedan atrás de esta realidad enfermante para sus habitantes.
El acceso al agua potable es otro de los grandes desafíos en las ciudades latinoamericanas. En Ciudad de México, la sobreexplotación de los acuíferos ha provocado hundimientos y una escasez crítica de agua para millones de personas. El desperdicio de agua en sistemas mal gestionados y la falta de inversiones adecuadas en infraestructura agravan el problema que se vuelve más evidente con el cambio del régimen de lluvias y el agotamiento de las represas y otras reservas de agua, como es el caso de Bogotá y su área metropolitana.
La expansión urbana a menudo va acompañada de la destrucción de ecosistemas naturales. Los cinturones verdes alrededor de las ciudades son sustituidos por barrios y asentamientos, lo que aumenta la deforestación y el uso insostenible del suelo. El crecimiento acelerado de Buenos Aires y sus alrededores ha provocado la desaparición de espacios verdes, afectando tanto la biodiversidad como la calidad del aire.
En el caso de Bogotá, su extensión se prolonga en los municipios cercanos que han crecido notablemente asumiendo los problemas de la capital y haciendo de estas pequeñas poblaciones dormitorios, lugares congestionados por falta de vías, servicios públicos suficientes, aumento del costos de vida, además de la urbanización de terrenos que otrora fueran campos de cultivos.
Aunque las grandes ciudades suelen ser vistas como lugares donde las personas pueden mejorar su calidad de vida, la realidad es que para muchos esa promesa es inalcanzable. La creciente desigualdad, la falta de acceso a servicios básicos y el deterioro de las condiciones de vida se han transformado a las urbes en lugares donde la indigencia y el mal vivir se extiende en las goteras de la ciudad y en barrios desorganizados, inseguros, sucios y saturados con viviendas de todos los estilos, lo que da la sensación de pobreza y mal vivir.
En ciudades como Buenos Aires y Ciudad de México, los índices de pobreza han aumentado en las últimas décadas. En Río de Janeiro, las favelas se expanden mientras que las zonas ricas de la ciudad siguen prosperando, lo que evidencia una desigualdad estructural, se suma a esta realidad la migración venezolana que ha complicado a muchas ciudades que no estaban preparadas para esta realidad.
La vida urbana también ha traído consigo una crisis de salud mental. Las tasas de suicidio han aumentado considerablemente en las últimas décadas. En Argentina, se reportó un incremento notable en la tasa de suicidios durante la última década, reflejo de un malestar creciente entre jóvenes y adultos. Este fenómeno no es exclusivo de este país: en México y Brasil, los suicidios también son realidades palpables que van en aumento.
La drogadicción es otro síntoma de la crisis social. En muchas ciudades latinoamericanas, las drogas han penetrado en los sectores más vulnerables. En Brasil, el consumo de crack ha alcanzado niveles críticos, particularmente en las áreas más pobres de São Paulo y Río de Janeiro. En México, el uso de cocaína y otras sustancias ha aumentado, lo que refleja una sociedad atrapada en el ciclo de violencia y desesperación y donde el poder del narcotráfico es palpable. En Colombia, calificado como el gran exportador de droga al mundo, ahora es victima de este tráfico y de un ataque directo a la niñez escolar por parte de los carteles de microtráfico.
Ante estas realidades y al no encontrar formas de vivir mejor, muchas personas se están aislando voluntariamente de la sociedad, incapaces de soportar las presiones y el estrés de la vida moderna. Este fenómeno de aislamiento, similar al de los «hikikomori» en Japón, está empezando a observarse en las grandes ciudades. Aparece entonces los NiNi, jóvenes que renuncian literalmente a vivir, simplemente existen a costa de sus familias y en algunos casos con ayudas estatales, arrinconados, ocultos y resignados a ver pasar el tiempo.
Los altos costos de vida, la falta de acceso a una vivienda digna y la presión económica están llevando a que las familias tengan menos hijos o decidan no tenerlos, o simplemente no forman uniones estables y prefieren encuentros sexuales o amistades casuales. El miedo a no poder ofrecer un futuro adecuado para los hijos, considerando la crisis climática global, junto con el costo económico de criar una familia, está cambiando la estructura familiar en las grandes urbes.
Vivir en una gran ciudad tiene un precio elevado. El salario medio promedio para satisfacer las necesidades básicas oscilan entre 1200 a 2000 dólares mensuales, y el sueldo mínimo promedio esta entre 200 a 600 dólares mensuales, lo que hace casi imposible lograr la soñada vida buena que prometen las capitales.
Las grandes ciudades, en su búsqueda de bienestar y crecimiento económico, se enfrentan a un colapso tanto ambiental como social. El sistema urbano actual es insostenible y requiere una reestructuración urgente. La crisis climática, la creciente desigualdad y el deterioro de la salud mental en estas urbes son señales claras de que se necesita un cambio a todo nivel.
Las soluciones pasan por la creación de ciudades más sostenibles, con un enfoque eficiente en el transporte público, del espació público, de la densificación urbana y la conurbación para lograr la redistribución equitativa de recursos y su buen uso en el tiempo.
El gigantismo que tienen, esta demostrando que no funciona de forma eficiente y menos tiene futuro dadas las realidades ambientales, de recursos energéticos, agua, aire y espacios de vida para los habitantes de las urbes latinoamericanas ahora y en el futuro cercano.
Se requiere una reforma estructural, pero desafortunadamente si los gobiernos no cambian en pro del pueblo dejando la corrupción, el robo permanente a las arcas de Estado y un paternalismo absurdo de repartir pobreza para tener contentos a un sector de la población la miseria seguirá en aumento.