Colombia está de plácemes al ser sede de la COP 16, lo cual abre una gran cantidad de opciones e interrogantes de cómo, a nivel mundial, podemos rehabilitar la vida en el planeta. Esta realidad inobjetable nos hace dialogar entre pares, es decir los países del mundo, porque cada uno y en su totalidad tienen el mismo problema: agotamiento de la vida en sus territorios.
Los acuerdos que se han establecido en las cumbres de la ONU, se siente, para el común de las personas, como una pérdida de tiempo, porque la realidad es que el sistema económico imperante, aún en crisis inflacionaria, no da su brazo a torcer, y se ha aumentado los niveles de contaminación sumado a desastres ambientales producidos por los incendios de bosques, fundamentales para corregir el desastre. Nuestra América lo ha estado viendo, desde la costa pacífica de Canadá, Estados Unidos, bajando hasta Chile. Esa pérdida de árboles es dramática, porque los bosques no solo son los pulmones del planeta, también lo es el agua que allí se produce, y lo que permite la estabilidad climática general.
Una de las acciones que hace la floresta es lo que se ha denominado como la bomba biótica, una teoría desarrollada a miles de kilómetros de la amazonia, en los bosques de Rusia, que también tienen su labor reguladora del clima y del agua en la zona euroasiática del planeta. Los científicos Anastassia Makarieva y Víctor Gorshkov en 2006 plantearon la teoría, según la cual, los bosques no solo influyen en el clima mediante la absorción de gases de efecto invernadero, sino también a través de la regulación activa del ciclo del agua. En esencia, la vegetación densa, como la de la Amazonía, actúa como una bomba gigantesca que succiona humedad desde las regiones oceánicas y la distribuye hacia el interior del continente, creando un ciclo autosostenible.
El proceso comienza cuando los árboles emiten vapor de agua a la atmósfera mediante la transpiración. Este vapor asciende, formando nubes que eventualmente se condensan y precipitan en forma de lluvia. Sin embargo, no se trata simplemente de un proceso de evaporación-condensación; la clave de la bomba biótica radica en que la vegetación no solo libera vapor de agua, sino que también influye en la presión atmosférica local. Las grandes cantidades de humedad evaporada disminuyen la presión atmosférica en la zona, lo que genera corrientes de aire que succionan aire húmedo desde áreas más secas o desde el océano hacia la selva. Esta dinámica genera un ciclo perpetuo de humedad que alimenta a la Amazonía y las regiones circundantes.
Y entre esta zonas está la Cordillera de los Andes, una de las formaciones montañosas más largas del mundo, que forma una barrera natural al oeste de la selva amazónica. A pesar de estar separadas por diferencias geográficas y altitudinales significativas, la Amazonía y los Andes están profundamente interconectados a través de este ciclo hídrico impulsado por la bomba biótica.
La lluvia que cae en el vertiente oriental de los Andes proviene, en gran medida, de la humedad generada en la Amazonía. Este proceso es esencial para los ecosistemas de alta montaña que dependen de las precipitaciones regulares. Sin las corrientes de aire húmedo que ascienden desde la cuenca amazónica, las áreas montañosas experimentaron una drástica disminución en la cantidad de lluvias, afectando tanto a la biodiversidad como a los suministros de agua dulce que son cruciales para la región.
La relación entre la Amazonía y los Andes es un ejemplo claro de interdependencia climática. La pérdida de bosques en la Amazonía, ya sea por la deforestación o los incendios, tiene el potencial de alterar radicalmente este delicado equilibrio. Menos árboles significa menos transpiración, lo que resulta en menos humedad en el aire y, por ende, menos lluvias en los Andes. Esto puede provocar sequías, reduciendo la disponibilidad de agua para los ecosistemas, la agricultura y los millones de personas que dependen de los glaciares andinos y los ríos alimentados por las lluvias.
En vista de las recientes crisis incendiarias y la constante deforestación, que además destruye una inmensidad de formas de vida que hacen posible que el bosque exista, la bomba biótica pierde eficiencia, disminuyendo la capacidad de la selva para generar humedad. Esto, a su vez, afecta el régimen de lluvias en la cordillera y en general en el continente.
En los últimos tres años el aumento en las temperaturas globales, está llevando a un mayor estrés hídrico en la región, afectando a los patrones de precipitación, porque ese delicado y magnífico equilibrio de humedad y temperatura, está generando que el ciclo natural del agua se rompa, con las consecuentes sequías, que en el caso de Bogotá, ya está viviendo la regulación del agua potable, al ver los embalses del sistema de reservorios y distribución del líquido enfrentar períodos más largos de sequía. Estas alteraciones climáticas derivadas de la pérdida de los ríos voladores, impactan a la Amazonía, a las comunidades y ecosistemas en los Andes, que experimentan cambios en la disponibilidad de agua, lo que puede generar inseguridad alimentaria y conflictos por los recursos hídricos. Hay que considerar que las ciudades capitales andinas están precisamente, sobre la cordillera.
Es esencial implementar políticas nacionales y continentales robustas que combatan la deforestación, promuevan la reforestación y protejan los derechos de las comunidades indígenas que han sido históricamente guardianes de estos ecosistemas y que los conocen muy bien. Las iniciativas de conservación, como los proyectos de REDD+ (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de los Bosques), pueden desempeñar un papel vital en la financiación de proyectos para mantener la integridad de la selva. Además, es fundamental fomentar la cooperación regional entre los países amazónicos y andinos para garantizar que se proteja el ciclo hídrico que uno de estos dos ecosistemas clave.
Hoy en Cali se busca revitalizar acuerdos, mediar el financiamiento de los mismos y dar viabilidad a las propuestas, que se basan fundamentalmente en el fortalecimiento de los mecanismos REDD+ y así reducir la deforestación y degradación de bosques en general y especialmente en países tropicales. Parte de ello está en la creación del Fondo Verde para el Clima destinado a movilizar financiamiento para apoyar proyectos de mitigación y adaptación en países en desarrollo y el reconocimiento del límite de 2°C por encima de los niveles preindustriales para evitar los impactos más graves del cambio climático.
En el fondo será protagonista el sistema económico global, la forma de expoliar la naturaleza para satisfacer las inversiones de capitales, los mercados de dinero, de productos y una forma de consumo despiadado que solo busca satisfacer los requerimientos económicos de quienes manejan el planeta.
Bien lo escribió el papa Francisco en la encíclica Laudato ‘Si : “Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social. Es lo que ocurre cuando los movimientos de consumidores logran que dejen de adquirir ciertos productos y así se vuelven efectivos para modificar el comportamiento de las empresas”. Y “Los países pobres necesitan tener como prioridad la erradicación de la miseria y el desarrollo social de sus habitantes, pero también deben analizar el nivel escandaloso de consumo de algunos sectores privilegiados de su población y controlar mejor la corrupción”.
Adicional a las decisiones de esta COP16, es necesario que cada uno de nosotros modifique sus costumbres de consumo, transporte, uso de la energía, el agua y en general entender que no solo es nuestro presente, también el futuro próximo el que se está afectando por la crisis planetaria, la pérdida de la biodiversidad y la posibilidad de pasarla bastante mal en un planeta que pasa de la abundancia a la escasez e inmensas dificultades para llevar el día a día.