La industria de los lácteos ha crecido exponencialmente en las últimas décadas, transformando un alimento básico en una amplia gama de productos diseñados para satisfacer los gustos y necesidades de los consumidores modernos. Sin embargo, la incorporación de azúcares, saborizantes, espesantes y otros químicos en estos productos, especialmente los dirigidos a infantes, ha suscitado preocupaciones significativas sobre los efectos a largo plazo en la salud.
En líneas generales la adición de azúcares en productos lácteos como yogures, batidos y leches saborizadas es una práctica común que tiene como objetivo mejorar el sabor y aumentar el atractivo para los consumidores y de forma muy especial al mercado de infantes. Las grandes empresas de alimentos han convertido a los lácteos en vehículos de azúcar, enmascarando la carga glucémica detrás de etiquetas atractivas y campañas de marketing dirigidas a los padres preocupados por la nutrición de sus hijos.
Este exceso de azúcar contribuye significativamente a la epidemia de obesidad infantil y diabetes tipo 2, al provocar picos en los niveles de glucosa en sangre y aumentar la resistencia a la insulina. Los saborizantes, colorantes artificiales y demás aditivos han sido vinculados a una variedad de problemas, desde alergias y asma hasta hiperactividad en niños. A pesar de estar aprobados por las autoridades sanitarias, la acumulación de estos químicos en la dieta diaria de los niños puede tener efectos adversos a largo plazo.
Los espesantes como la goma guar y la carragenina se utilizan para mejorar la textura de los productos lácteos, dándoles una consistencia más cremosa y apetecible. Sin embargo, estos aditivos pueden causar problemas digestivos en algunos individuos. El consumo regular de estos ingredientes puede alterar la microbiota intestinal, contribuyendo a problemas digestivos crónicos y otros trastornos metabólicos que con el tiempo se van agudizando hasta llegar a ser crónicos.
La industriá de comestibles lácteos utilizan, para extender la vida útil de sus productos, conservantes que, aunque efectivos, presentan sus propios riesgos. Estos pueden tener efectos negativos en la salud gastrointestinal y la microbiota, lo cual es particularmente preocupante en niños cuyo sistema digestivo aún está en desarrollo. Las alteraciones de la microbiota pueden llevar a una disminución en la absorción de nutrientes y un aumento en la susceptibilidad a enfermedades autoinmunes y alérgicas.
La intolerancia a la lactosa y la sensibilidad a las proteínas de la leche son problemas comunes que pueden ser exacerbados por el consumo de productos lácteos procesados. Estos productos, aunque a veces contienen menos lactosa, pueden incluir otros ingredientes que desencadenan síntomas como inflamación, diarrea y dolor abdominal. Las personas que no tienen una intolerancia significativa a la lactosa pueden experimentar problemas digestivos debido a los otros componentes de los productos lácteos procesados.
Los aditivos como colorantes y saborizantes pueden desencadenar reacciones alérgicas y otros efectos adversos en los niños. Estos pueden incluir desde erupciones cutáneas y problemas respiratorios hasta comportamientos hiperactivos. La creciente prevalencia de alergias alimentarias y otros problemas inmunológicos en los niños puede estar vinculada, en parte, a la exposición constante a estos químicos a través de su dieta.
La obesidad infantil es un problema creciente a nivel mundial, y el consumo de productos lácteos procesadores ricos en azúcar es un factor contribuyente importante. Estudios han demostrado que los niños que consumen regularmente estos productos tienen un mayor riesgo de desarrollar obesidad y diabetes tipo 2. Los altos niveles de azúcar y la presencia de otros aditivos pueden afectar el metabolismo y promover el almacenamiento de grasa.
Este modelo de alimentación es occidental e industrial, en Asia el consumo de productos lácteos es significativamente menor, debido a una combinación de factores culturales y genéticos. La baja prevalencia del consumo de leche de vaca, cabra y otros animales ofrece una perspectiva contrastante sobre la relación cultural y biológica con los lácteos.
Históricamente, las dietas asiáticas han sido ricas en otros tipos de alimentos como arroz, pescado y vegetales, con poca o ninguna dependencia de productos lácteos. Genéticamente, una gran parte de la población asiática es intolerante a la lactosa debido a una menor prevalencia de la enzima lactasa en adultos. Alrededor del 90% de los adultos en algunas regiones de Asia tienen deficiencia de esa enzima, lo que hace que el consumo de productos lácteos sea incómodo y, por lo tanto, menos común.
En lugar de productos lácteos, las culturas asiáticas han desarrollado alternativas basadas en plantas, como el tofu, tempeh y leches vegetales (soja, almendra, arroz). Estas alternativas no solo son adecuadas para aquellos con intolerancia a la lactosa, sino que también suelen ser más saludables al no contener los aditivos y azúcares presentes en los productos lácteos procesados. La dieta asiática, rica en vegetales, pescado y alimentos fermentados, contribuye a una mejor salud intestinal y reduce la dependencia de los productos lácteos.
Es de resaltar que el consumo de lácteos proviene de Europa y se amplía con el tiempo en el mercado norteamericano. En Suramérica las culturas originales no tenían estos productos, ya que las ganaderías lecheras no existían como parte de la fauna natural del continente. Todo fue traído a través de los imperios españoles, británicos y portugueses principalmente.
Más allá de los intereses particulares de la industria y sus argumentos de crecimiento, empleabilidad, es necesario que las personas en general conozcan de los problemas asociados con los productos lácteos procesados. La investigadora Soledad Barruti y el médico Carlos Jaramillo enfatizan la importancia que los consumidores sean conscientes de los ingredientes en los productos que consumen y de los posibles efectos para la salud. Fomentar una mayor transparencia en el etiquetado de alimentos y promover dietas más naturales y menos procesadas son pasos esenciales hacia una mejor salud pública, que aminora los gastos en salud en todos los niveles de la sociedad.
Las políticas gubernamentales también juegan un papel vital en la regulación de la industria alimentaria. Se necesita una mayor supervisión de los ingredientes permitidos en los productos lácteos y una regulación más estricta de los niveles de azúcar, saborizantes y otros aditivos. Además, promover y subsidiar opciones de alimentos más saludables puede ayudar a reducir la dependencia de productos lácteos procesados y mejorar la salud de la población en general.
Reducir el consumo de productos lácteos procesados y optar por alternativas más naturales puede ser un paso crucial hacia una mejor salud. En Asia, donde el consumo de lácteos es habitualmente bajo, podemos encontrar ejemplos de cómo dietas menos dependientes de productos lácteos pueden contribuir a una mejor salud general, sugiriendo un camino viable para otras regiones del mundo.
Referencias
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