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Un camino tortuoso y fascinante que cambia la idea de mundo en el que vivimos: IA

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La extensión digital de nuestras ambiciones, miedos y locuras, la IA

La inteligencia artificial tiene el potencial de transformar la sociedad de maneras profundas y a menudo impredecibles. Mientras que ofrece enormes beneficios, también presenta riesgos significativos, especialmente en términos de engaño a los usuarios y perpetuación de malas prácticas aprendidas de los humanos. La competencia global por el liderazgo en IA está redefiniendo las dinámicas de poder político y económico, con implicaciones de largo alcance para el futuro de la humanidad.

Como toda tecnología en esencia no es buena ni mala, el tema siempre será qué hacemos los humanos con ellas, y es un predicamento que va desde las los cuchillos de piedra prehistóricos, a la más alta tecnología desarrollada por la humanidad, en este caso la IA. De alguna forma es un espejo de las ambiciones de poder en toda su gama, que ha movilizado a la humanidad y sus imperios a llegar hasta este tiempo digital y global.

El concepto de IA tiene sus raíces en las investigaciones de pioneros como Warren McCullough y Walter Pitts, quienes desarrollaron los modelos teóricos de redes neuronales en la década de 1940. Junto a ellos Alan Turing, con su prueba de Turing, introdujo la idea que una máquina podría exhibir comportamiento inteligente indistinguible del humano. John McCarthy, conocido como el padre de la IA, acuñó el término «inteligencia artificial» y fue fundamental en el desarrollo del lenguaje de programación LISP, crucial para la investigación en IA. Claude Shannon, el padre de la teoría de la información, proporcionó los fundamentos teóricos que permitieron el procesamiento de datos de manera eficiente.

La IA ha pasado de ser un concepto teórico a una tecnología omnipresente que impulsa la economía global. La capacidad de la IA para procesar grandes cantidades de datos, aprender de patrones y tomar decisiones autónomas ha transformado sectores como la manufactura, el comercio, las finanzas y los servicios. La automatización y la eficiencia impulsadas por la IA han permitido a las empresas reducir costos, mejorar la productividad y crear nuevos modelos de negocio. Así mismo se han generado nuevas profesiones y se han convertido en obsoletas otras tantas.

Revisando algunos estudiosos sobre este tema, para Shoshana Zuboff, en su obra «La era del capitalismo de vigilancia», argumenta que las IA, diseñadas y operadas en gran medida por corporaciones con fines de lucro, pueden internalizar prácticas que priorizan los beneficios sobre el bienestar social. Esto incluye la explotación de datos personales para la creación de perfiles detallados y la manipulación de comportamientos de consumo. Para la estudiosa norteamericana, la convergencia de la IA con el capitalismo de vigilancia, describe cómo las empresas utilizan la recolección masiva de datos y la inteligencia artificial para predecir y modificar el comportamiento humano. Esta práctica, liderada por gigantes tecnológicos como Google y Meta, ha generado enormes beneficios económicos, pero también ha suscitado preocupaciones sobre la privacidad y la autonomía individual.

El argentino Carlos Scolari, experto en comunicación digital, señala que la IA refleja y amplifica las conductas y valores presentes en la sociedad. Si los programadores de IA y los ejemplos de vida que se le proporcionan están impregnados de prácticas cuestionables, como el sesgo de género, el racismo o la discriminación socioeconómica, la IA inevitablemente aprenderá y perpetuar éstos comportamientos. La falta de diversidad en los equipos de desarrollo de IA también puede llevar a la creación de algoritmos que no consideran adecuadamente las necesidades y perspectivas de todos los grupos de la sociedad.

El historiador Yuval Noah Harari describe como la lucha por el poder en la era de la IA es una continuación de las antiguas ambiciones imperialistas. Desde los faraones de Egipto hasta los imperios romano, holandés, británico y estadounidense, la historia está llena de ejemplos de naciones que buscan dominar el mundo. En la actualidad, esta competencia se ha trasladado a todos los órdenes industriales, comerciales y sociales en el mundo. Harari advierte que esta carrera no es solo por la supremacía económica, sino también por el control geopolítico y militar. Las tecnologías de IA tienen aplicaciones críticas en la defensa, la vigilancia y la ciberseguridad, las naciones que dominan estas tecnologías tendrán una ventaja estratégica significativa. Y así se ha manifestado el poder durante toda la existencia del Homo sapiens en este planeta.

Una vez el imperio británico dio paso al costado a favor de los Estados Unidos, se consolidó como líder en innovación tecnológica, pero China ha cerrado rápidamente la brecha en los últimos años. Las inversiones masivas en investigación y desarrollo de IA, con el objetivo de convertirse en el líder mundial en esta área para 2030, ha generado preocupaciones en Estados Unidos sobre la seguridad nacional, la pérdida de la ventaja competitiva en lo comercial, industrial, geoeconomía y Europa, está cada vez más rezagada. Este enfoque ha permitido a China avanzar rápidamente, y occidente esgrime preocupaciones sobre la privacidad y los derechos humanos, aquí la diferencia básica es que el poder en occidente son las multinacionales, en Asia el estado.

Corea del Sur y Taiwán también están invirtiendo fuertemente en la IA, especialmente en áreas como la robótica y los semiconductores, que son fundamentales para la próxima generación de tecnologías de IA. Estas naciones están emergiendo como centros cruciales de innovación y producción en la economía global de IA. La competencia por la supremacía tecnológica podría conducir a un mundo donde la vigilancia masiva y la manipulación de la información sean la norma. Como Harari advierte, la concentración del poder tecnológico en manos de unas pocas naciones o corporaciones podría llevar a una nueva forma de imperialismo digital.

Y es un poder gigantesco que está determinando acuerdos, sanciones comerciales, cooperación militar y extensión del poder geopolítico, protagonista de primer orden han generado políticas para mantener y extender su influencia. Donald Trump, por ejemplo, firmó la Orden Ejecutiva de la IA en 2019, que enfatiza la necesidad de invertir en investigación y desarrollo, capacitar a la fuerza laboral y establecer marcos éticos para el uso de la IA. Sin embargo, su enfoque se caracterizó por un proteccionismo económico y restricciones a la cooperación internacional. La administración de Joe Biden ha continuado esta tendencia, pero con un enfoque más colaborativo y ético. Ha enfatizado la importancia de alianzas internacionales y la cooperación con la Unión Europea y otros aliados para establecer normas globales en IA. Además, ha impulsado políticas para asegurar que la IA beneficie a todos los segmentos de la sociedad, abordando preocupaciones sobre el sesgo algorítmico y la equidad.

Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha abogado por una «IA centrada en el ser humano» que equilibre la innovación con la protección de los derechos fundamentales. La Unión Europea ha adoptado una postura proactiva en la regulación de la IA, con iniciativas como la Estrategia Europea de IA y la Ley de Servicios Digitales. Estas políticas buscan asegurar que la IA se desarrolle de manera transparente, ética y segura, evitando los riesgos asociados con el uso indebido de la tecnología.

Vladimir Putin, presidente de Rusia, ha declarado que el país que lidere en IA «será el gobernante del mundo». Rusia ha invertido en el desarrollo de tecnologías de IA para la defensa y la ciberseguridad, buscando mantener su posición como potencia militar. Sin embargo, la capacidad de Rusia para competir con Estados Unidos y China está limitada por su infraestructura tecnológica y recursos económicos.

Y desde Asia, el presidente Xi Jinping, se propuso en 2017 convertir al país en el líder mundial en inteligencia artificial para 2030. China ha invertido masivamente en investigación y desarrollo, fomentado la creación de startups de IA y promovido la adopción de estas tecnologías en diversos sectores. El enfoque se caracteriza por una integración profunda de la IA en la vigilancia estatal y el control social, lo que ha generado preocupaciones internacionales sobre la privacidad y los derechos humanos. Sin embargo, la rápida implementación de la IA en China también ha impulsado su crecimiento económico y ha posicionado al país como un competidor formidable en el escenario global.

Ahora bien, aquí también hay otros protagonistas que están en el campo empresarial que determinan políticas más que comerciales a primera vista. Ren Zhengfei, fundador de Huawei, ha desarrollado tecnologías avanzadas en la implementación de redes 5G, que son fundamentales para el despliegue de aplicaciones de IA a gran escala. Sin embargo, la controversia sobre la seguridad y la influencia del gobierno chino ha llevado a restricciones en varios países occidentales. Desde Corea del Sur, Lee Jae-yong, líder de Samsung, ha dirigido la compañía hacia el desarrollo de chips específicos para IA, lo que ha permitido avances significativos en dispositivos inteligentes y el Internet de las Cosas (IoT). Estas tecnologías están impulsando la economía digital y posicionando a Corea del Sur como un actor clave en el panorama global de la IA.

En norteamérica Mark Zuckerberg, Ceo de Meta, utiliza IA para personalizar experiencias de usuario, gestionar contenido y desarrollar el metaverso, una plataforma virtual que promete revolucionar la interacción digital. Aunque estas innovaciones han generado grandes beneficios económicos, también han planteado serias preocupaciones sobre la privacidad y el control de la información. Por su parte el australiano estadounidense Elon Musk, a través de sus empresas Tesla y Neuralink, ha impulsado la frontera de la IA en el transporte y la interfaz cerebro-computadora. Tesla ha avanzado en el desarrollo de vehículos autónomos que utilizan IA para navegar y tomar decisiones en tiempo real. Neuralink, por otro lado, explora la integración directa de la IA con el cerebro humano, prometiendo revolucionar la medicina y la ampliación de las capacidades humanas. Sin embargo, Musk también ha sido un crítico vocal de los riesgos de la IA, advirtiendo sobre su potencial para desestabilizar la sociedad si no se regula adecuadamente.

La IA no solo está redefiniendo las economías nacionales, sino también las relaciones de poder global. La capacidad de una nación para desarrollar y controlar tecnologías avanzadas de IA puede determinar su influencia geopolítica. Los líderes mundiales reconocen que la supremacía en IA es clave para la seguridad nacional y la competitividad económica. Sea como fuere, esta tecnología muestra esa ambivalencia entre el bien y el mal, entre el individualismo y la cooperación, con todas las formas del despotismo y el poder sobre los demás. Son los mismos caminos que han trasegado los imperios en la historia de la humanidad, el propósito y los argumentos siguen siendo los mismos, solo cambian los medios para hacerlo.

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