Hace poco sostuvimos una conversación con personas de la tercera edad. Profesionales con posgrados y reconocidos en su ejercicio profesional, algunos aún trabajando, la mayoría jubilados. A la pregunta ¿Qué es lo que nos amarra a esta realidad que vivimos? Las reacciones variaron, algunos terminaron muy circunspectos, otros muy risueños pero al final, se lograron estas líneas de respuestas.
El tener. Desde pequeñitos nos enseñan a tener. Eres dueño de tus juguetes que con los años van cambiando de tamaño. Del carrito de plástico al automóvil del año, todo el tiempo es tener. De la casita de muñecas a la casa y ojalá grande, cómoda, con jardines y en lugar apacible lejanos de imágenes de pobreza y precariedad. Junto a esto, nos enseñaron que la imagen que proyectas es fundamental, por eso el vestuario de moda es obligación, que en el caso de las mujeres se vuelve un tema inagotable, que va más allá de la ropa, al maquillaje y toda una parafernalia para estar en el estándar que se ha establecido de belleza occidental.
La academia. Otra lucha constante el tema escolar a todos los niveles. Aquí la carrera es superlativa porque tienes que cumplir con estudios posgraduales que te garantizan un nivel de vida en concordancia. La realidad es que en muchos casos esto no sucede. En esa escolaridad permanente se te va la vida, horas de descanso, presupuestos y sueños de triunfo. Ahora bien, si es el pasaporte para vivir en el extranjero, estudiar y si lo quiere buscar como quedarse a vivir allí. Si bien, los convocados disfrutaron sus posgrados, entienden que más allá del hecho de estudiar, es un parámetro establecido y si no logras llegar mínimo a una maestría ciertamente algunas puertas laborales no se abrirán.
Ahora bien, cuando eres empresario, el tema se complica. Ya no es tener la mejor hoja de vida posible, ahora te enfrentas a un mundo que no tiene piedad, la competencia de un mercado y la necesidad de investigar y desarrollar opciones a ese nicho que hoy en día, en una economía globalizada, debes luchar contra gigantes, especialmente asiáticos. Algunos han logrado crecer y sostenerse, pero sienten que tanto esfuerzo, tiempo y salud no llegará más lejos porque la mayoría de los «herederos» viven en otras latitudes y por muchas razones. Sus vidas ya no la hacen en el país de sus padres.
La familia. Para todos el esquema familiar es claro. Una esposa o esposo al que se unieron por amor y que se buscó mantenerlo aún después de más de cinco décadas juntos. Unos hijos, a los que siempre se buscó darles «lo que no tuvimos», con las buenas o malas consecuencias de tanta satisfacción de necesidad y muchos caprichos. Algunos de nuestros convocados ya son abuelos, y otros no lo serán ante la negativa de sus hijos a tener familia, aunque prefieren tener una relación con alguien y no necesariamente bajo un sacramento, como lo hicieron ellos, definitivamente más mascotas y no descendencia humana.
El prestigio y el poder. Entre todos concluyeron que estas dos realidades van juntas, y que cada una puede generar serios dolores de cabeza. Ambas, que realmente se mueven entre la soberbia y la avaricia, son motivantes para gastarse la vida en lograrlas, enmarcadas en el que hacer diario, en la profesión, la empresa, o en cargos que favorece que estas dos espinosas especies dominan nuestras acciones. En general el esquema cultural y social no invitan en todo momento a lograr nuestras metas, en el fondo más que nuestras, son las que nos han vendido.
En dónde está la felicidad. Todos encontraron que definitivamente no está en las cosas, primero se acaban, pasan de moda, pierden su utilidad, y ahora que consideramos la crisis climática, se han dado cuenta del daño originado con tanta contaminación de cosas prescindibles, pero que en su momento era el motivo de atormentarnos la vida. También se identificaron con el viajar y conocer mundo. A la final, cada viaje con el tiempo se ha convertido como en un sueño, del que solo dan razón cierta las fotos y videos, igual es efímero.
Lo que sí identificaron como felicidad de verdad, el servicio a los demás, desinteresado, con la gratificación de haber dado algo realmente importante, tiempo, conocimiento práctico y abrir caminos para los menos favorecidos de la fortuna, entendida ésta más allá de la dimensión del dinero.
Desde pequeñas a grandes iniciativas entendieron que eso si vale la pena hacerlo y que con el tiempo pudieron ver, que ese gesto de gratuidad y generosidad, la vida les respondió de formas más que generosas. Que el estar con otros y compartir sus realidades, les permitió entender para qué es la vida y que siempre, aún con resultados no tan deseados, sus acciones generosas le dieron sentido a su tiempo, sus conocimientos y el haber nacido en su país de origen.
Coinciden en que el egoísmo, la avaricia, la envidia, el deseo de notoriedad por los supuestos logros del tener, tanto en cosas, formación académica, enturbian la existencia. Y en estos tiempos tan particulares, ven como el deseo de satisfacer el placer físico, la inmediatez en todo, lo descartable que son las cosas, la locura ocasionada por drogas de todo tipo y la soledad e individualismo no son el camino cierto para ser felices. Entendieron que la existencia es muy corta, y que todo se sucede muy rápido.
Ahora, la mayoría, ya que están ajenos de lo que fue su etapa productiva y de logros, buscan la sencillez, donde el escenario urbano ya no es tan llamativo, especialmente por seguridad, orden y por la locura que encierra en ese correr diario como si se fuera a acabar el mundo ahora. Quieren dedicar su tiempo en el servicio hasta donde se pueda, vivir cómodos, con mesura, sin ostentar nada y disfrutar de la belleza del territorio rural. Un sueño que pocos logran en realidad. Quieren tener salud para no molestar a los familiares o amigos, y no quieren estar solos.
Se les preguntó ¿Cuál es el eje de las desilusiones humanas? Concuerdan con lo impuesto por una sociedad de consumo deshumanizada, donde solo importan los rendimientos económicos, aún destrozando la vida del planeta. Esa lucha por tener, que a la final no tienes nada, porque todo lo material se queda aquí, en esta realidad. Esa agonía de la competencia por el éxito, es un esquema que nos priva de la felicidad verdadera. Ser sencillos, prestar un servicio social, agradecer y construir una mejor sociedad, entendida ésta desde lo más cercano: la familia que hemos conformado, si dan alegrías.
Después de esta conversación coincidieron en que la soledad es un enemigo para la mente y el cuerpo. Que siempre es grato conversar, departir, sentirse parte de un grupo, ser útil sirviendo a los demás y sentir que la existencia si valió la pena. Todo lo demás sale sobrando porque nos aleja de la verdad y de la espiritualidad, que deberían ser los ejes fundamentales de esta transcurrir que llamamos existencia terrenal.