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Leucemia Mieloide Crónica, enfermedad hematológica no resuelta en Colombia

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Hace 50 años las tasas de supervivencia de las personas con LMC a diez años eran inferiores al 20%, sin embargo, hoy en día un número importante de los pacientes alcanzan la remisión hasta alcanzar una supervivencia similar a la población general.

La leucemia mieloide crónica (LMC), un tipo de cáncer que comienza en la médula ósea y afecta a las células de la sangre. En el mundo, se estima que la incidencia anual es de entre 1 y 1.5 casos por cada 100,000 personas, con una prevalencia de 1 por cada 17.000 habitantes. En Colombia, se sigue trabajando en recopilar la información que permita tener un registro nacional de casos de LMC, objetivo de la Asociación Colombiana de Hematología y Oncología (ACHO). La información disponible del Instituto de Evaluación Tecnológica en Salud IETS y Ministerio de Salud, reportó que en el país las muertes por esta enfermedad aumentaron de 130 en 2005 a 153 en 2019, con una edad media de fallecimiento que subió de 57 a 62 años. Esto evidencia una alta carga de enfermedad, lo que hace que la LMC siga siendo una necesidad médica no resuelta.

“Este cáncer representa el 15% de todas las leucemias y es causado por una alteración genética que implica una translocación entre los cromosomas 9 y 22, lo que resulta en un cromosoma 22 más corto y anómalo denominado cromosoma filadelfia. La LMC se presenta principalmente en adultos, aunque también puede ocurrir en niños y adolescentes y suele diagnosticarse mediante análisis de sangre o biopsia de médula ósea.

Este tipo de cáncer genera una sobreproducción de glóbulos blancos que se acumulan en la médula ósea y la sangre, desplazando a las células sanguíneas normales. Generalmente los pacientes pueden encontrarse asintomáticos, y en caso de presentar síntomas éstos son inespecíficos como fatiga, debilidad, pérdida de peso inexplicada, sudoración nocturna, moretones fáciles o sangrados e incomodidad en el abdomen, y se caracteriza por una progresión lenta; sin embargo, de no tratarse oportunamente puede transformarse en una forma más agresiva que puede incluso requerir un trasplante de médula ósea.

A pesar de los avances que han convertido a la LMC en una enfermedad crónica, persisten desafíos significativos: muchos pacientes no acceden al tratamiento óptimo, y solo alrededor del 50% logran una remisión libre de tratamiento, es decir sin medicamento. Alcanzar este estado de remisión libre de tratamiento (RLT), requiere de una colaboración efectiva entre el paciente, el médico tratante y el sistema de salud.

A la fecha, los avances en el tratamiento han mejorado el pronóstico de las personas que padecen LMC. Incluso muchos pueden llevar una vida larga y saludable con el tratamiento y el control adecuados. Las opciones terapéuticas disponibles incluyen medicamentos denominados inhibidores de la tirosina quinasa (ITK), que actúan sobre las mutaciones genéticas que causan la enfermedad. En los últimos 20 años, los ITK han transformado el tratamiento y pronóstico de la LMC, elevando la tasa de supervivencia a 10 años del 20% al 85% y más, lo que se traduce en que los pacientes viven cada vez más. Aún así se hace necesario seguir innovando en alternativas terapéuticas que no alteren la calidad de vida de quienes viven con esta enfermedad.

«Estos medicamentos han evolucionado para reducir los efectos secundarios y permitir a los pacientes mantener su rutina y disfrutar de una mejor calidad de vida. Aunque hemos avanzado mucho en las últimas dos décadas, aún queda trabajo por hacer: muchos pacientes con LMC enfrentan desafíos con las opciones terapéuticas actuales y solo entre el 38% y el 54% de los pacientes logran una remisión libre de tratamiento. Es crucial seguir apoyando la investigación y la innovación para el desarrollo de nuevos tratamientos, mientras tanto seguiremos promoviendo la comprensión de la enfermedad, para hacer que la Leucemia mieloide crónica sea una necesidad cubierta y resuelta,» afirmó la Dra Claudia Agudelo López, miembro de la Asociación Colombiana de Hematología y Oncología (ACHO).

33° Festival de cine Biarritz América Latina : Honor para Alfonso Cuarón,incertidumbre para Argentina

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“Abrazo de Honor” para Alfonso Cuarón en el 33° Festival de cine Biarritz América Latina Foto : MH Escalante

Por MH Escalante
Biarritz, 26 septiembre 2024

El 33° Festival de cine Biarritz América Latina, ligado a esta ciudad balnearia y de surf desde hace tres décadas, abrió como es su costumbre en la última semana de septiembre con Argentina como país invitado. Sin por ello dejar de lado el cine de Brasil y de México, faros en esa materia, ni olvidar nuevas producciones de Colombia, Ecuador, Panamá, Uruguay y Venezuela, éste último de gran interés.

De hecho, el momento más significativo del festival tuvo lugar el lunes 23 de septiembre con la entrega del “Abrazo de Honor” al célebre director, guionista y productor mexicano Alfonso Cuarón, quien a pesar de su parquedad o de su moderación a la hora de tomar la palabra, contó al público de Biarritz que había sido justamente el Festival de Biarritz el que lo había invitado por primera vez a un festival de cine en Europa. Recordó que presentó su primera película “Sólo con tu pareja” (1991), cuando tenía 30 años.

Luego vendrá para él “Y tu mamá también” (2001), que lo sacará del anonimato, y mucho más tarde “Gravity” (2013), que lo acercará al mundo de Hollywood y de George Clooney. Pocos años después “Roma” (2018) lo consagrará como un director de referencia en ese homenaje en blanco y negro que Cuarón le rinde al barrio de su infancia en Ciudad de México. En medio de ese quehacer cinematográfico están sus colaboraciones con sus amigos Alejandro González Iñárritu y Guillermo del Toro.

En cuanto a las 30 películas de ficción, documentales y cortometrajes que compiten en esta edición del 21 al 27 de septiembre de 2024, se reafirma la preponderancia del cine argentino, pero no como cine único. Venezuela y Panamá despiertan mucho interés. Hay que citar dos largometrajes : Querido trópico” (2024) de la realizadora panameña Ana Endara, con la actuación de la colombiana Jenny Navarrete al lado de la chilena Paulina García y de “Zafari”(2024) de la realizadora venezolana Mariana Rondón, que plasma una forma de verdad sin llevarnos a creer en ella, la realizadora sólo la constata.

“Querido trópico” con las actrices Paulina García (Chile) y Jenny Navarrete (Colombia)/ Foto MH Escalante

Pero para volver al caso argentino, habría que referirnos al cine “antes de Milei”, pues del cine “después de Milei” es demasiado prematuro trasponer en imágenes esa experiencia política. Podría decirse que por ahora la sombra de Javier Milei se pasea por las noches de Biarritz como un espectro que busca “matar” el cine en Argentina.

Ahora ya no se trata de denunciar las violaciones de los derechos humanos por parte de militares, sino de tentativas desestabilizadoras de un gobierno elegido por sufragio popular el cual amenaza con debilitar la producción cultural en ese país. Javier Milei argumenta que se trata de no financiar más programas socioculturales ligados a lo que él llama “La agenda 2030”, que favorece como se vio en el gobierno de Alberto Fernández la práctica generalizada del aborto, el feminismo militante impositivo, el fomento de la diversidad sexual para niños y niñas desde los planteles educativos y que además impone la escritura inclusiva en los documentos oficiales, lo cual estropea el buen uso del español. El medio cultural argentino estaría impregnado de esos preceptos mundialistas.

Para el medio cultural en cambio, es decir para productores, realizadores, actores, guionistas y demás profesionales de la producción cultural, de lo que se trata en realidad es de asfixiar su trabajo creativo al suprimir subvenciones estatales a varios organismos, entre ellos el más importante que es el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), el protector y un mecenas del cine en Argentina.

Las consecuencias positivas y negativas de los años de gobierno de Javier Milei pertenecen al futuro. No hubo tiempo para producir una película sobre ese “extraño presidente” que tomó posesión en diciembre 2023 pues ni en los comentarios de los asistentes al festival de Biarritz, ni en la versión de los realizadores argentinos que han venido a él, ni en las argumentaciones de los profesores del Instituto de Altos Estudios de América Latina (IHEAL) que organizaron una mesa redonda para hablar de “La Argentina de Milei”, se ha podido desentrañar la personalidad de este presidente que se dice paleo-libertario, enemigo de lo que él denuncia como “la casta”, destructor del Estado protector desde el interior de este mismo, y que con su banda y su bastón de presidente de la nación argentina grita desde cualquier estrado “viva la libertad carajo”.

Encuentros del Instituto de Altos Estudios de América Latina (IHEAL) con el moderador Olivier Compagnon. Tema : La Argentina de Milei / Foto MH Escalante

En sus treinta años de existencia, el Festival de cine de Biarritz ha dado cuenta de los estragos de las dictaduras en los países del Cono Sur, los ha acompañado en su regreso a la democracia, ha mostrado descomposiciones o composiciones políticas, económicas, sociales y ambientales en el resto del continente y hoy, cuando el ruido de las botas de los militares ya no asusta, nadie habría podido imaginar que se tuviera que temer nombres como Jair Bolsonaro en Brasil, Javier Milei en Argentina o Nayib Bukele en El Salvador, a los cuales las ciencias políticas han situado ya en la línea de gobernantes de extrema derecha.

El “Focus” Argentina vuelve a los años de Cristina Kirchner y Alberto Fernández, con jóvenes por las calles exigiendo el derecho al aborto en el cortometraje “Que sea ley” de Juan Solanas (2019) y ofrece una perspectiva sobre esa Argentina sin dictaduras pero con crisis agudas en plena democracia en documentales como “Memoria del saqueo” de Fernando E. Solanas (2004), que esclarece los años de Carlos Menem y los mecanismos que llevaron al país a la debacle económica.

“El aroma del pasto recién cortado” toma de pantalla.

Pero si se quiere una explicación más sosegada de realidad argentina actual, puede ser útil la película de ficción “El aroma del pasto recién cortado” (2024) de la realizadora Celina Murga, la cual nos deja penetrar en la Argentina de los sentimientos conyugales confrontados a la dura crisis económica en el país. Esta película en competición revela el mundo del saber y del conocimiento, de profesores universitarios que en cualquier momento pueden perder sus cátedras por una trampa que les tiende la llamada crisis de los cuarenta, pero al alcance de los dispositivos electrónicos de sus alumnos.

Para seguir con este cine, si quisiéramos visualizar la “cruda realidad” en América Latina, esto se logra con otra película en competición proveniente de una coproducción de Venezuela y Brasil. Se trata de “Zafari” (2024), de la realizadora Mariana Rondón, nacida en Barquisimeto, recordada en el Festival de Biarritz por su largometraje “Pelo malo”, ganadora en 2013 del premio Concha de Oro de la LXI edición del Festival de Cine de San Sebastián en España.

En “Zafari” es la historia de los habitantes de un barrio situado en la zona elegante de alguna ciudad en el mundo, cuyos vecinos están en el otro lado, en un barrio popular. El sector cuenta con un zoológico y el edificio elegante comporta una piscina que parece estar ahí para separar a esos dos mundos. Un día la burocracia local decide aumentar el atractivo del zoológico trayendo un hipopótamo de 800 kilos de peso que el gobierno nacional adquirió en un país africano. Los vecinos “de enfrente” serán los encargados de alimentar al animal y para estimular su labor los habitantes del barrio “bueno” deberán compartir con ellos su piscina. Las imágenes dejan ver un edificio en decadencia, los apartamentos en abandono, los escapes de agua se apropian de pisos y paredes, sus propietarios se han ido, la cocina quedó sin limpiar, pero no hay nada para comer.

“Zafari”, toma de pantalla

Ese lugar parece vencido por la carestía y el hambre y los antiguos acomodados de las clases medias superiores a tres pasos de convertirse en salvajes. Los que ellos consideran como salvajes, es decir los “de enfrente” no hacen otra cosa que adaptarse a una nueva adversidad. “Zafari” el hipopótamo, es el único ser viviente al que el Estado garantiza la comida diaria.

Hasta el día en que la corrupción de proximidad que permite la supervivencia, desvía las verduras y las frutas del animal hacia el mercado negro. Una zanahoria puede llegar a tener el mismo precio de una cena en un restaurante chic de esa ciudad abandonada por todos, salvo por las motos. Al final, queda la figura del hombre confrontado a sí mismo. ¿Cuánto tiempo puede resistir su buena educación cuando no tiene nada qué comer? Sólo los gobernantes que han perdido el
sentido de la realidad son capaces de introducir un hipopótamo en una ciudad agobiada por el hambre.

“Zafari”, toma de pantalla

El Festival Biarritz América Latina de cine es un evento que pone de manifiesto todas esas contradicciones en el continente americano, como bien lo destaca Jean Christophe Berjon, Delegado General del festival. Aquí se trata de un punto de encuentro, una cita con el cine, la literatura, la música, la fotografía y este año en especial con “Los Conversatorios”, organizado a las 11 de la mañana todos los días de festival en un espacio reducido de la gran sala de reuniones en el Casino de
Biarritz.

Poco importa que se haya pensado en un principio que Los Conversatorios harían venir a pocos interesados. Su éxito ha sido tan evidente que la gente que va llegando a ellos va a buscar más sillas para agrandarlo. El viernes 27 de septiembre será el día de los ganadores de este 33° Festival Biaritz Amérique
Latine, en esta ciudad francesa en la frontera con España, desde donde no se alcanzan a escuchar los estruendos de la guerra.

El actor Francisco Denis en la película “Zafari”, toma de pantalla.

El mercado de carbono

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La ilusión de la riqueza en la Amazonia, llevará inexorablemente a su destrucción y con ella a daños cuantiosos a Suramérica, que requiere del agua que allí se encuentra y que se pierde ante el nuevo uso del territorio.

Una de las propuestas de las que más se ha hablado es la de cambiar contaminación por bonos de carbono con los países que no contaminan. ¿Realmente este intercambio funciona a nivel mundial? Conversamos con la magíster e ingeniería ambiental, Ángela Rodríguez. Consultora en el grupo de mitigación de la Dirección de Cambio Climático y gestión del Riesgo del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia. Un tema relevante en estos tiempos de crisis climática que tanto preocupa al común de las personas.

Un sueño económico que no deja nada bueno para Suramérica y el mundo

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En la región amazónica, concretamente en julio de 2024, hubo un aumento del 33% en las alertas de deforestación en comparación con 2023. Según João Paulo Capobianco, secretario ejecutivo del Ministerio, julio suele ser el mes de mayor deforestación.

El desastre natural que enfrenta la Amazonía no solo afecta a Brasil, sino que repercute en todo el sistema climático de América del Sur, particularmente en la Cordillera de Los Andes y los países que dependen de su estabilidad climática. Conocida como el «pulmón del planeta», desempeña un papel crucial en el ciclo del agua y la regulación climática, su degradación tiene consecuencias dramáticas que comenzamos a experimentar.

La Amazonía, que abarca más de 5,5 millones de kilómetros cuadrados, es un vasto sistema de bosques tropicales que genera alrededor del 20% del oxígeno del planeta. Sin embargo, su contribución más importante es la capacidad de generar y distribuir vapor de agua, lo que mantiene el equilibrio climático en la región y más allá. A través de un proceso conocido como «ríos voladores», la selva libera grandes cantidades de vapor de agua en la atmósfera que viaja hacia el oeste, impactando el régimen de lluvias en toda Suramérica.

Según estudios del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE) de Brasil, la deforestación ha reducido la capacidad de la Amazonía para funcionar como un regulador hídrico, lo que amenaza con intensificar las sequías en el continente. En particular, los científicos alertan que la pérdida de la cobertura forestal interrumpe el ciclo hidrológico que alimenta a la Cordillera de Los Andes, lo que provoca una menor cantidad de lluvias en regiones clave como los altiplanos de Bolivia, la selva peruana, los andinos de Ecuador, Colombia y Venezuela, los sistemas de glaciares y nieves de Argentina y Chile.

El ciclo del agua en la Amazonía y los Andes está intrínsecamente vinculado. Las masas de aire cargadas de humedad que se forman en la cuenca viajan hasta las alturas de Los Andes, donde descargan su humedad en forma de lluvias y nieve. Este proceso es vital para alimentar ríos y sostener los glaciares andinos, que a su vez proporciona agua a millones de personas. La Fundación MapBiomas ha estimado el sistema genera hasta 9 billones de toneladas de agua al año, vitales para el continente.

Investigaciones de la Universidad de California en Santa Cruz destacan que, con la disminución de los «ríos voladores», las proyecciones de sequías en regiones como la cuenca del Titicaca y los valles del sur de Perú son cada vez más alarmantes. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) advierte que esta tendencia podría conducir a una reducción del 30% en la disponibilidad de agua en los Andes para 2050 si la deforestación continúa a este ritmo, que se acentúa por los incendios forestales. Esta realidad contribuye a la desaparición acelerada de glaciares como el Pastoruri en Perú y el Tuni Condoriri en Bolivia, que son fuentes esenciales de agua para las poblaciones locales.

El daño también afecta a los pobladores indígenas que según datos del Instituto Socioambiental (ISA) de Brasil, más de 200 comunidades dependen directamente de los recursos de la selva para su subsistencia. La deforestación y los incendios afectan directamente la calidad del aire, el acceso a alimentos y la salud de estas comunidades. Además, la degradación del suelo y las alteraciones del régimen de lluvias están dificultando la agricultura local, lo que lleva a una mayor vulnerabilidad.

Pero el desastre es mayor cuando se considera la biodiversidad afectada. Según un estudio de la Universidad de Sao Paulo, las especies vegetales y animales que dependen de los microclimas estables de la Amazonía están en riesgo de extinción. Entre 2019 y 2023, se estima que más de 2 millones de hectáreas han sido afectadas por incendios y deforestación, lo que ha causado una pérdida masiva de hábitats. La destrucción de la Amazonía pone en peligro a especies emblemáticas como el jaguar, el águila arpía y una vasta cantidad de plantas endémicas que juegan un papel vital en el ecosistema.

El impacto en la agricultura también es una preocupación central. En países como Ecuador y Bolivia, las comunidades rurales que dependen del agua de los glaciares para sus cultivos ya están experimentando dificultades. Un informe del Banco Mundial estima que la disminución de las precipitaciones y la reducción de los glaciares podría llevar a pérdidas agrícolas de hasta el 50% en ciertas regiones andinas para 2030, lo que afectaría tanto la seguridad alimentaria como los medios de vida de miles de personas.

Desde el punto de vista económico, esta destrucción tiene implicaciones devastadoras, particularmente para las economías agrícolas que dependen de un clima estable y la disponibilidad de agua. La agricultura y la ganadería son las principales actividades en las áreas circundantes de la Amazonía que busca extender la frontera agrícola con consecuencias aún no medidas totalmente, pero que se estima ocasionará la ruina económica del gigante de Suramérica. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las sequías severas pueden reducir el rendimiento agrícola en un 40%, afectando cultivos esenciales como el maíz, la soja y el café, todos ellos productos clave para las exportaciones de Brasil y otros países de continente.

Al romper el ciclo natural del agua con la deforestación, se provoca una reducción significativa en la fertilidad del suelo. Las tierras robadas a la selva presentan un desafío de sostenibilidad a largo plazo. Si bien la conversión de bosques en áreas agrícolas puede parecer lucrativa en el corto plazo, los suelos amazónicos, en su mayoría, son frágiles y de baja calidad para la agricultura intensiva. Sin la cubierta forestal, estas tierras pierden rápidamente su capacidad de retener nutrientes y agua, lo que las convierte en suelos infértiles después de pocos años de trabajo. Y lo que fuera un vasto verde, será un nuevo desierto en el planeta.

La inversión en técnicas agronómicas para mejorar estos suelos, como el uso de fertilizantes, sistemas de riego y la rotación de cultivos, es costosa y no garantiza rentas perdurables. Los estudios del Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA) han demostrado que las tierras deforestadas tienen una vida útil agrícola de solo 10 a 15 años antes de volverse improductivas, lo que lleva a una mayor presión para deforestar aún más, creando un círculo vicioso de degradación ambiental y empobrecimiento general del país y de Suramérica.

La desaparición de ríos y cuerpos de agua por la destrucción está afectando gravemente las rutas comerciales donde las comunidades rurales dependen del transporte fluvial para llevar sus productos al mercado. Según un estudio de la Universidad Federal de Minas Gerais, el transporte fluvial en la cuenca amazónica mueve alrededor del 60% del comercio agrícola de la región. La pérdida de estos ríos implica mayores costos de transporte por vía terrestre, lo que a su vez reduce la competitividad de los productos agrícolas en los mercados nacionales e internacionales.

A largo plazo, la continua pérdida de este ecosistema crítico afectará gravemente la capacidad de Brasil y los países andinos para mantener su producción agrícola, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria de millones de personas y afectando directamente sus economías. La presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva, ha mostrado un renovado compromiso para reducir la deforestación, revirtiendo muchas de las políticas laxas implementadas por su predecesor, Jair Bolsonaro. Según el Ministerio de Medio Ambiente de Brasil, en el primer semestre de 2024, la deforestación en la Amazonia se redujo en un 33%, en comparación con el mismo período del año anterior.

Además, iniciativas internacionales como el Acuerdo de París y el Pacto Leticia, firmado por países amazónicos, buscan coordinar esfuerzos para preservar el bosque tropical más grande del mundo. Sin embargo, los expertos señalan que sin un cambio significativo en las políticas económicas que impulsan la deforestación —como la expansión agrícola, la minería ilegal y la tala— estos esfuerzos podrían ser insuficientes para detener la degradación de la Amazonia y proteger su papel crucial en todos los ecosistemas de Suramérica. Y hay que recordar que volver a tener estos bosques implican décadas y no surgen de un momento a otro.

El daño está causado y remediarlo es complejo, costoso y no hay garantías que se logre por las presiones económicas ciegas que no entienden el problema que afecta de forma directa a Suramérica, al planeta acelerando la crisis climática ahora y en los años por venir.

La opción de los E-cars, retos y sombras en un planeta que requiere energía limpia y permanente

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Una industria que crece en China, mientras que los productores tradicionales de occidente la están pasando mal, llegaron tarde.

En estos meses de intenso calor, sequías y en general de crisis climática, cabe preguntarse si están dadas las condiciones para que la movilidad eléctrica pueda en realidad extenderse y masificarse en el planeta. Esta alternativa se ha presentado como la solución clave en la lucha contra el cambio climático, ofreciendo una opción más limpia frente a los vehículos de combustión interna. Sin embargo enfrenta una serie de desafíos económicos, geopolíticos y tecnológicos que la frenan para que se extienda.

Al igual que la movilidad de motores de combustión interna, los eléctricos depende de recursos naturales, particularmente el litio, que es fundamental en la producción de baterías. Las reservas mundiales de este mineral están altamente concentradas en países como Chile, Argentina, Bolivia y Australia, lo que plantea problemas geopolíticos y de sostenibilidad.

La extracción de litio no solo genera preocupaciones ambientales, como la contaminación de aguas y la destrucción de ecosistemas, sino que también afecta a las comunidades locales que dependen de estos recursos. Estas explotaciones están ubicadas en zonas áridas y requiere gran cantidad de agua para lograr el preciado mineral.

La planta de Sales de Jujuy en el salar de Olaroz, en la provincia argentina de Jujuy. Sales de Jujuy.

Ante esta realidad en China se están desarrollando otras tecnologías como las baterías de estado sólido, que prometen mayor seguridad y eficiencia. Sin embargo, estas tecnologías aún están en desarrollo y requieren inversiones significativas para su comercialización. Sin un avance en este ámbito, la movilidad eléctrica seguirá siendo vulnerable a las fluctuaciones en el suministro de litio y a los impactos ambientales que su extracción genera en acuerdos de explotación y comercialización de grandes multinacionales y gobiernos proclives a convenios desventajosos para los países.

Pero al igual que los motores de combustión interna, la movilidad eléctrica necesita energía para funcionar. En este caso, está ligada a la forma en que se produce la electricidad a nivel global. A pesar de los avances en energías renovables, muchas regiones del mundo todavía dependen de combustibles fósiles para generar electricidad, o de las lluvias para mantener las hidroeléctricas, que en el presente año, en Suramérica por ejemplo, pasa por situaciones críticas por temas de cambio climático y los efectos del El Niño y La Niña.

Esto significa que, aunque los vehículos eléctricos no emiten CO2 directamente, el impacto ambiental de su uso depende de la fuente de energía utilizada para cargarlos, por ello es fundamental modernizar la infraestructura eléctrica para soportar el aumento en la demanda de electricidad. La instalación de puntos de carga accesibles es un reto significativo, especialmente en áreas rurales o menos desarrolladas, así la creación de redes de carga eficiente y distribuida es vital para fomentar la adopción masiva de vehículos eléctricos, que para el caso del continente, es bastante precaria.

Hay otro factor que dificulta que estas tecnologías de movilidad crezcan lo suficiente para ser universales, la competencia en la industria automovilística que dominaba USA y Europa, pero ahora está dominada por China, que se ha posicionado como líder en la producción de vehículos eléctricos.

Desde los inicios de este siglo se han implementado políticas de investigación, desarrollo subsidios y apoyo a la industria, que han permitiendo que los fabricantes asiáticos crezcan y dominen rápidamente el mercado. Esto ha generado tensiones comerciales donde las industrias automovilísticas tradicionales están luchando por adaptarse a este nuevo paradigma y no naufragar en estas guerras comerciales.

Así por ejemplo, la industria automovilística alemana, famosa por sus marcas icónicas como Volkswagen, BMW y Mercedes-Benz, enfrenta una crisis significativa. Durante décadas, Alemania fue líder en tecnología automotriz, pero ahora se encuentra rezagada en la transición hacia la movilidad eléctrica, considerando que su mercado, más que Europa es China, y allí la tienen perdida.

En general la industria tradicional ha revelado falta de preparación tecnológica y a pesar de los planes para lanzar modelos eléctricos, los retrasos en la producción y la integración de nuevas tecnologías han puesto en riesgo su posición. Esta crisis también se refleja en la reducción de empleos y en la necesidad de reentrenar a la fuerza laboral para que se adapte a las nuevas realidades del sector, lo que significa reconvertir, despedir personal y enfrentar huelgas.

Como toda tecnología aún sigue siendo muy costosa en las marcas tradicionales, si bien se ha logrado disminuir algo, siguen siendo más altos que sus contrapartes de combustión interna. Esto limita el acceso a la tecnología para muchas personas, especialmente en regiones donde el poder adquisitivo es bajo, como es el caso de Suramérica. Además que las políticas gubernamentales no siempre son suficientes para cerrar la brecha de precios, que implican además los costos asociados con la carga y el mantenimiento de los VE que también deben ser considerados, ya que pueden impactar la percepción de los consumidores sobre la viabilidad económica de la movilidad eléctrica.

Montar a nivel nacional toda la infraestructura eléctrica suficiente para disponer de cargadores y muy especialmente de electricidad, siguen siendo un reto general, y ante las realidades de la crisis climática es aún más relevante esta situación, que perfectamente puede dar al traste con esta tecnología. Así como hay racionamientos de agua, los hay de electricidad y cabe considerar las prioridades de las comunidades.

Aún falta mucho para que la energía fotovoltaica, la eólica y otras alternativas verdes sean las más relevantes en el continente, que hoy se debate ante una crisis que en buena parte es producto de los motores de combustión interna que transitan diariamente, demandando combustibles fósiles y contaminando aún más la atmósfera.

El futuro inmediato de los E-cars depende de abordar de manera integral problemas relacionados con la extracción de recursos, la producción de energía, la competencia internacional y la accesibilidad económica. La colaboración entre gobiernos, industrias y comunidades será esencial para fomentar una transición hacia una movilidad eléctrica sostenible y accesible para todos, aunque otras opciones como los motores movidos por aire comprimido aún están ahí, esperando que la gran industria de autos y petróleo lo permitan.

El ciclo del fuego alterado, afecta el ciclo del agua y la vida en general

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Los incendios de hoy en buena parte son causados por la crisis climática que rompe todos los ciclos de la naturaleza.

En muchos ecosistemas, el fuego es una fuerza natural que estimula la regeneración de las especies vegetales. En las regiones mediterráneas, sabanas y bosques boreales, el fuego elimina la materia orgánica muerta y permite que las plantas que dependen de la alta temperatura para germinar puedan hacerlo. Sin embargo, la intervención humana ha alterado significativamente este equilibrio. El aumento de las temperaturas globales y las actividades que promueven el desarrollo urbano en zonas boscosas han multiplicado los incendios forestales, despojando al ciclo natural de su rol regenerativo y transformándolo en un factor destructivo.

Los incendios forestales son ahora una amenaza global, con eventos devastadores en diferentes partes del planeta. En los últimos años, grandes incendios en la Amazonia, Canadá, Australia, Siberia, California y la región mediterránea han captado la atención mundial por su magnitud y severidad. En regiones como el Amazonas, donde los incendios son inducidos para extender la frontera agricultura y la ganadería, se pierde uno de los mayores pulmones del planeta, vital para la absorción de dióxido de carbono y el mantenimiento del equilibrio climático global.

El aumento en la frecuencia de estos incendios no es una coincidencia. El calentamiento global ha incrementado las olas de calor y la sequía, condiciones perfectas para que el fuego se propague rápidamente. Además, la deforestación y la fragmentación de los ecosistemas han debilitado su capacidad de resistencia, haciendo que cada incendio sea más devastador.

Los árboles y la vegetación que tardaron décadas o siglos en crecer son destruidos en cuestión de días o incluso horas. Esta destrucción tiene implicaciones graves para el ciclo del carbono, ya que los árboles son sumideros naturales que almacenan dióxido de carbono. Cuando un bosque arde, no sólo se libera el CO2 acumulado, sino que también se pierde la capacidad futura de absorción, exacerbando el problema del cambio con lo que se logra aumentar el calentamiento global y así mantener el ciclo de calor, sequía, vientos y fuego.

La recuperación de los bosques tras un incendio puede tardar mucho tiempo, y en algunos casos, nunca se produce completamente. Esto depende de varios factores, como el tipo de ecosistema, la magnitud del incendio y las condiciones climáticas posteriores. Por ejemplo, en regiones áridas o semiáridas, el restablecimiento de la vegetación puede tardar siglos o nunca ocurrir si las condiciones cambian significativamente. En áreas más húmedas, los bosques pueden comenzar a regenerarse en décadas, pero la biodiversidad original y las funciones ecológicas pueden tardar mucho más si es que se logran rehabilitar y prosperar.

Los ecosistemas forestales albergan una increíble diversidad de vida, desde grandes mamíferos hasta pequeños insectos, pasando por miles de especies de plantas y microorganismos. Cuando un incendio arrasa un área, muchas de estas especies se ven amenazadas o desaparecen. Las especies más vulnerables son las que tienen hábitats restringidos o las que dependen de características específicas del ecosistema, como la humedad del suelo o la sombra de ciertos árboles, son de muy difícil recuperación y tardará mucho tiempo en volver a vivir en esos ecosistemas.

Los animales que logran escapar de los incendios deben lidiar con la falta de alimento y refugio, lo que aumenta la mortalidad post-incendio. Además, la fragmentación del hábitat dificulta su recuperación de las especies, que ya no cuentan con corredores ecológicos para desplazarse y en general desarrollar sus existencia.

Pérdida de caudales de ríos y cuerpos de agua, muchos de los cuales irrecuperables.

Otro impacto importante de los incendios forestales es la desaparición de los cuerpos de agua. Los incendios afectan gravemente el ciclo hidrológico al destruir la vegetación que regula el flujo del agua. Los árboles y otras plantas juegan un papel fundamental en la captación y retención del agua de lluvia. Sin vegetación, las precipitaciones no son absorbidas adecuadamente, lo que puede llevar a la erosión del suelo, la sedimentación de los ríos y lagos, y la eventual desaparición de cuerpos de agua. En el caso de la Amazonía se pierden «los ríos voladores», que nutren de agua y nieves al sistema de la Cordillera de los Andes.

Además, los incendios pueden alterar las cuencas hidrográficas, lo que reduce el suministro de agua dulce disponible para las comunidades humanas y los ecosistemas. Esto es particularmente preocupante en áreas donde los incendios forestales son recurrentes, como en California o Australia, donde las aguas en líneas generales son escasas y lo serán aún más por estas conflagraciones.

Pero el daño no solo se queda en la superficie, el humo que genera los incendios contiene partículas finas y gases tóxicos como el monóxido de carbono, dióxido de nitrógeno y compuestos orgánicos volátiles que afectan gravemente la calidad del aire. Esta contaminación puede extenderse a millas de kilómetros del sitio del incendio, afectando no solo a las áreas cercanas, sino también a grandes ciudades.

La exposición prolongada de este humo tiene efectos nocivos en la salud humana, exacerbando enfermedades respiratorias y cardiovasculares aumentando el riesgo de muerte prematura. La ceniza, por su parte, contamina los suelos y los cuerpos de agua, lo que afecta a la agricultura y las fuentes de agua potable. Las cenizas depositadas en los ríos y lagos pueden provocar la eutrofización, un proceso que agota el oxígeno en el agua, afectando la vida acuática de plantas, anfibios y peces.

Los incendios forestales no solo representan una tragedia ambiental, sino que también tienen profundas repercusiones en la economía regional de países como Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina y Brasil, que dependen de sus recursos naturales, incluidos los bosques, para el desarrollo económico, y los incendios generan pérdidas multimillonarias que afectan a diversos sectores.

En Argentina, por ejemplo, los incendios en áreas rurales han destruido cultivos de soja, maíz y pastizales, afectando tanto a los agricultores como a los ganaderos que dependen de estos recursos. En Brasil, la deforestación inducida por el fuego, especialmente en la Amazonía, muchas veces promovida por intereses económicos, genera un desequilibrio a largo plazo, pues la pérdida de biodiversidad y la exposición de suelos frágiles de lo que antes era un bosque húmedo reduce la productividad a futuro.

Hay además una consecuencia fatal para todos los ecosistemas al perderse el ciclo natural del agua que muchas veces es irrecuperable. En el caso de Suramérica representa nieves y glaciares en la Cordillera de Los Andes que nutren de agua a países del Cono Sur, además que se afectan las zonas de bosque altoandino y otras regiones circundantes no solo destruyen la vegetación, sino que también alteran de manera significativa la dinámica hídrica de la cordillera.

En general la recuperación de los sistemas afectados por los incendios es muy difícil por cuanto el equilibrio natural del ecosistema está destruido en muy buena parte, y depende del tipo de bosque y del clima. En los bosques boreales, la regeneración puede tardar décadas, mientras que en los trópicos, los bosques pueden no recuperarse por completo debido a las condiciones climáticas cambiantes. En muchos casos, los incendios recurrentes impiden que los ecosistemas completen su proceso de regeneración, lo que lleva a una degradación continua y, eventualmente, a su desaparición.

Además, los incendios a menudo alteran el equilibrio de las especies en un ecosistema. Las especies invasoras, que suelen ser más resistentes al fuego, pueden proliferar tras un incendio, desplazando a las especies nativas y cambiando la composición del ecosistema. Esto puede tener efectos duraderos en la biodiversidad.

El ciclo del fuego, un fenómeno natural que ha moldeado los ecosistemas durante milenios, se ha convertido en una amenaza debido a la acción humana y al cambio climático. La recuperación de los ecosistemas tras estos incendios es lenta y, en muchos casos, incompleta, lo que pone en peligro la estabilidad ecológica y climática del planeta. Enfrentar esta crisis requiere de un enfoque global que aborde tanto la mitigación de los incendios, la restauración de los ecosistemas dañados y un cambio total del uso del suelo y limitar de forma efectiva las fronteras agrícolas, especialmente cuando se tratan de selvas tropicales como la del Amazonas que se ve atropellada por temas económicos a costa, en buena parte, de la estabilidad climática de Suramérica.

Los humedales, un ecosistema que hay que salvar

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La ilusión de la riqueza en la Amazonia, llevará inexorablemente a su destrucción y con ella a daños cuantiosos a Suramérica, que requiere del agua que allí se encuentra y que se pierde ante el nuevo uso del territorio.

Nuestra América tiene una riqueza en los humedales que hay que estudiar, reconocer y defender a toda costa. En muchos casos se encuentran en ciudades que se ha extendido hacia campos que han sucumbido para siempre bajo el asfalto, el ladrillo y el cemento.Hay otros que aún perviven en zonas rurales y en reservas de biodiversidad. En todos los casos, siempre se ven atacados por el ser humano, en un sin sentido, que daña la vida, el equilibrio de las aguas y la biodiversidad.

Conversamos con el biólogo Byron Calvache, a cuenta de un viaje académico a la Argentina en donde se reunió con científicos, investigadores y administradores de los países del Cono Sur para encontrar caminos juntos para salvar estos ecosistemas tan necesarios y tan hermosos: los humedales.

Dos variantes que llevan a un problema global, la RAM

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La RAM (resistencia a los antimicrobianos), se desarrolla principalmente como resultado del uso indebido y excesivo de antimicrobianos en humanos, animales y en la agricultura. Cada vez que se utilizan antibióticos de manera incorrecta, como cuando se administran para infecciones virales o se suspenden antes de completar el tratamiento, las bacterias resistentes pueden sobrevivir y multiplicarse. Este mal uso se ha exacerbado por la automedicación, la falta de regulación en la venta de antibióticos, y la prescripción excesiva de los mismos por parte de profesionales de la salud.

En el ámbito agrícola, los antibióticos se han utilizado durante décadas no solo para tratar infecciones en animales, sino también como promotores del crecimiento. Este uso excesivo contribuye a la aparición de bacterias resistentes, que luego pueden transmitirse a los humanos a través del consumo de alimentos contaminados o mediante el contacto directo con animales infectados.

El sector agrícola juega un papel importante en la propagación de la RAM. La utilización de antibióticos en animales destinados al consumo humano genera resistencia que se disemina a través de productos animales, agua, suelo y aire. Estos antibióticos también ingresan en los ecosistemas acuáticos a través de residuos industriales y desechos, lo que contamina las fuentes de agua y promueve la aparición de microorganismos resistentes en el medio ambiente.

Además, la resistencia antimicrobiana en la agricultura pone en riesgo la seguridad alimentaria mundial. A medida que los antibióticos pierden su efectividad, las infecciones en animales se vuelven más difíciles de controlar, lo que podría tener un impacto negativo en la producción de alimentos, reduciendo el suministro y encareciendo los productos básicos.

Las prácticas agroindustriales son uno de los principales contribuyentes a la propagación de la resistencia antimicrobiana (RAM), y su impacto en la salud humana es significativo. Estas prácticas incluyen el uso excesivo de antibióticos en la cría de animales y la producción agrícola, lo que contribuye a la aparición de bacterias resistentes que pueden transmitirse a las personas a través de diferentes vías.

El uso de antibióticos en la producción animal tiene como objetivo prevenir enfermedades en el ganado, promover el crecimiento y aumentar la eficiencia productiva. Sin embargo, esta práctica también genera un ambiente propicio para el desarrollo de bacterias resistentes, las cuales pueden transferirse a los humanos de varias maneras.

La ganadería industrial solo espera rendimientos, a costa de la vida animal y de los consumidores de sus productos.

Las bacterias resistentes pueden encontrarse en productos de origen animal, como carne, leche y huevos. Cuando los humanos consumen estos alimentos sin cocinarlos adecuadamente, las bacterias pueden ingresar al organismo y causar infecciones que son difíciles de tratar debido a su resistencia a los antibióticos. Los trabajadores agrícolas y ganaderos, así como las personas que viven en áreas rurales, están en mayor riesgo de estar expuestos a bacterias resistentes. Esta exposición directa puede ocurrir mediante el manejo de animales o la manipulación de productos agrícolas contaminados.

Los residuos de antibióticos utilizados en la ganadería y la agricultura contaminan los suelos y las fuentes de agua. Estos residuos pueden persistir en el ambiente y promover la diseminación de bacterias resistentes en los ecosistemas naturales. Así, los humanos pueden verse afectados por el consumo de agua contaminada o el contacto con suelos y vegetación que han absorbido estos antibióticos.

Un ejemplo alarmante es el uso de antibióticos en la acuicultura, donde los peces y otros organismos acuáticos son tratados con grandes cantidades de antimicrobianos. Los residuos de estos medicamentos se vierten en cuerpos de agua, afectando no solo a la vida acuática, sino también a las personas que consumen productos marinos o utilizan esas aguas para otros fines.

La industria de la acuicultura utiliza grandes cantidades de antibióticos que también dañan los suelos de lagos, lagunas y mares.

Uno de los mayores problemas es la falta de regulación estricta en muchos países respecto al uso de antibióticos en la industria alimentaria. En algunos casos, los antibióticos se venden sin receta para uso en animales, y las prácticas de administración a menudo no siguen las recomendaciones adecuadas. Esto es particularmente problemático en países en desarrollo, donde las normas de control son más laxas y la fiscalización es limitada.

De otra parte, la automedicación es una práctica muy extendida en muchas regiones del mundo, y contribuye de manera significativa a la propagación de la RAM. La automedicación ocurre cuando las personas se tratan a sí mismas con antibióticos sin la supervisión de un profesional de la salud, y puede ser resultado de la facilidad de acceso a los medicamentos, la falta de información o la presión económica que lleva a evitar consultas médicas.

Los pacientes que se automedican a menudo eligen el antibiótico incorrecto para tratar su condición. Muchas infecciones son causadas por virus, como la gripe o los resfriados comunes, para los cuales los antibióticos no son efectivos. El uso innecesario de antibióticos en estas circunstancias no solo es inútil, sino que aumenta la probabilidad de que las bacterias presentes desarrollen resistencia.

Otro problema común es el uso de dosis incorrectas o tratamientos incompletos. Muchas personas, al automedicarse, no siguen las pautas adecuadas sobre la duración del tratamiento, lo que significa que las bacterias pueden sobrevivir y volverse resistentes. Detener el uso de antibióticos antes de completar el tratamiento prescrito permite que las bacterias parcialmente resistentes sigan proliferando.

En algunos países, los antibióticos están disponibles sin receta médica, lo que facilita la automedicación. Esto es particularmente problemático en áreas donde la educación sanitaria es limitada, y las personas no están plenamente conscientes de los riesgos asociados con el uso indebido de estos medicamentos.

Para combatir la automedicación y reducir su impacto en la RAM, es crucial informar al público sobre los peligros de la automedicación y es esencial para cambiar los comportamientos. Estas campañas deben centrarse en la importancia de usar antibióticos solo cuando sean recetados por un médico, y en la necesidad de completar el tratamiento prescrito incluso si los síntomas desaparecen. Iniciativas como la «Semana Mundial de Concienciación sobre el Uso de los Antibióticos», organizada por la OMS, son ejemplos de esfuerzos globales para aumentar la conciencia.

La automedicación, es poner en riesgo su salud con medicamentos que no le van a mejorar y menos sanar. Una práctica muy peligrosa.

En muchos lugares, la automedicación es el resultado de la falta de acceso a servicios médicos adecuados. Al mejorar la infraestructura de salud y hacer que las consultas médicas sean más accesibles y asequibles, se puede reducir la necesidad de automedicarse. La implementación de políticas que restrinjan la venta de antibióticos sin receta es una herramienta eficaz para reducir la automedicación. Algunos países han adoptado sistemas de venta controlada en farmacias, donde los antibióticos solo se dispensan con una prescripción válida. Esta medida debe ir acompañada de sistemas de vigilancia para garantizar su cumplimiento.

Los médicos y farmacéuticos desempeñan un papel clave en la lucha contra la RAM. Es importante que reciban formación continua sobre las mejores prácticas en la prescripción de antibióticos y cómo asesorar a los pacientes sobre su uso adecuado. Además, la disponibilidad de diagnósticos rápidos en clínicas y hospitales puede ayudar a determinar con precisión si un antibiótico es necesario y cuál es el tratamiento más adecuado.

Algunas soluciones incluyen mejorar las políticas regulatorias para limitar el uso de antibióticos en animales sanos, promover alternativas no antimicrobianas, como vacunas y mejores condiciones de manejo, y crear incentivos para que los productores adopten prácticas más seguras. Países como Dinamarca y los Países Bajos han implementado con éxito políticas que restringen el uso de antibióticos en la ganadería, reduciendo significativamente la aparición de bacterias resistentes sin afectar la productividad agrícola.

Otra causa clave es la falta de investigación y desarrollo de nuevos antimicrobianos. Desde hace más de 30 años, el desarrollo de nuevos antibióticos se ha ralentizado considerablemente. Las empresas farmacéuticas han mostrado poco interés en invertir en esta área, ya que los antibióticos generan menos ingresos a largo plazo en comparación con medicamentos que tratan enfermedades crónicas.

El aumento de la resistencia antimicrobiana está llevando al resurgimiento de infecciones que antes se consideraban controladas. Infecciones como la neumonía, la tuberculosis, la gonorrea y las infecciones de transmisión alimentaria son cada vez más difíciles de tratar. Las «superbacterias», como el Staphylococcus aureus resistente a la meticilina (SARM), son un ejemplo de microorganismos que han desarrollado una resistencia tal que los tratamientos estándar son ineficaces. En algunos casos, no existen alternativas viables para tratar a los pacientes, lo que lleva a un aumento en la mortalidad.

La OMS estima que, si no se toman medidas, para el año 2050, las infecciones resistentes a los antimicrobianos podrían causar la muerte de 10 millones de personas anualmente, superando las muertes causadas por el cáncer. Este escenario se conoce como el «apocalipsis antibiótico», donde los procedimientos médicos más comunes, como cirugías, trasplantes o tratamientos para el cáncer, se convertirán en peligrosos debido a la falta de antibióticos efectivos para prevenir infecciones.

Los incendios, un síntoma del colapso climático anunciado por la ciencia ambiental

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Es una realidad, los incendios forestales son respuesta al rompimiento de los sistemas naturales del planeta a causa de la avaricia de nuestra sociedad..

En lo que va del 2024, los incendios forestales han alcanzado niveles de alarma tanto en Suramérica como en Norteamérica. Colombia, Brasil, Bolivia y Argentina, la Amazonia, el Gran Chaco y otros ecosistemas vitales han sido consumidos por el fuego.

En Norteamérica, estados como California y regiones de Canadá han experimentado una temporada de incendios especialmente destructiva. Estos eventos no solo han devastado millones de hectáreas de bosques, sino que han desplazado a comunidades enteras, liberado enormes cantidades de CO2 a la atmósfera, y afectando gravemente la biodiversidad.

El impacto de estos incendios forestales no puede considerarse un fenómeno aislado; forman parte de un patrón más amplio que refleja el estado crítico de la naturaleza en el siglo XXI. La crisis ambiental, exacerbada por el cambio climático, la deforestación y la intervención humana en ecosistemas vulnerables, nos enfrenta a un futuro incierto, estamos en pleno Antropoceno.

El Antropoceno se refiere a una era geológica en la que la actividad humana se ha convertido en la fuerza principal que moldea el planeta. Este término, ampliamente discutido por el académico español Manuel Arias Maldonado, marca un antes y un después en la relación entre la humanidad y el medio ambiente. En lugar de ser una especie más adaptándose a su entorno, el ser humano ha transformado profundamente los ecosistemas y el clima del planeta. Los incendios forestales son un claro reflejo de esta realidad.

Maldonado señala que la interconexión de factores humanos y ambientales ha creado un ciclo de degradación. Las actividades como la agricultura, la ganadería, la minería y la urbanización han aumentado la vulnerabilidad de los bosques a incendios, mientras que el cambio climático ha intensificado las sequías y olas de calor que los desencadenan. Los incendios forestales son, por tanto, tanto un síntoma como una causa de la crisis ecológica global que define al Antropoceno.

En este contexto, los incendios que devastan la Amazonia, los bosques de California y otras regiones no son simples fenómenos naturales; son productos de un sistema económico y social que ha sobreexplotado los recursos naturales. Según Maldonado, reconocer esta interrelación es el primer paso para comprender la magnitud de la crisis ambiental.

En su libro «El planeta inhóspito» , David Wallace-Wells describe un futuro en el que los efectos del cambio climático llevan al planeta a una transformación tan profunda que la Tierra se vuelve cada vez menos habitable. Incendios, olas de calor, sequías, inundaciones y huracanes forman parte de ese sombrío escenario. Para Wallace-Wells, la frecuencia y la intensidad de estos desastres son señales de advertencia que indican que nos acercamos rápidamente a un punto de no retorno.

Los incendios forestales que estamos presenciando en 2024 son ejemplos de ese futuro apocalíptico que él describe. La destrucción de bosques enteros, el colapso de ecosistemas y las emisiones masivas de carbono que resultan de estos incendios no solo afectan a las áreas locales, sino que tienen repercusiones planetarias. En este sentido, Wallace-Wells argumenta que estamos viviendo en la antesala de un planeta inhóspito, donde los incendios forestales se volverán la norma en lugar de la excepción.

El futuro que Wallace-Wells vislumbra es uno donde las grandes catástrofes naturales, como los incendios forestales, se multiplicarán a medida que las temperaturas globales aumenten. Las áreas afectadas por incendios en 2024 no solo enfrentan la pérdida de biodiversidad y recursos, sino también la posibilidad de convertirse en zonas desérticas, incapaces de sostener la vida humana o animal.

El Dr. Manuel Rodríguez Becerra, uno de los más reconocidos defensores del medio ambiente en Colombia y América Latina, ha alertado durante años sobre la acelerada destrucción planetaria que estamos presenciando. Según Rodríguez Becerra, los incendios forestales son solo un aspecto de un problema mucho más grande: la degradación irreversible de los ecosistemas esenciales para la vida en la Tierra. La sobreexplotación de recursos naturales han llevado a un punto de no retorno en muchas regiones del mundo. Los incendios forestales, alimentados por prácticas destructivas como la tala ilegal y la expansión agrícola, actúan como catalizadores de la destrucción, acelerando el colapso de ecosistemas y haciendo imposible la recuperación de los mismos.

La crisis ambiental que estamos viviendo no es solo el resultado de malas decisiones a nivel local; es el producto de un sistema global que prioriza el crecimiento económico a corto plazo sobre la sostenibilidad a largo plazo. La visión de Rodríguez Becerra refuerza la idea de que estamos en una carrera contra el tiempo para salvar lo que queda de los ecosistemas vitales del planeta.

Según la investigación de la Dra. Silvina Heguy, la Amazonia desempeña un papel crucial no solo en la absorción de CO2, sino también en la regulación de los patrones climáticos globales. Sin embargo, la deforestación en la región, combinada con los incendios forestales, está destruyendo ese delicado equilibrio. La suma de la tala ilegal y la expansión de la agricultura, ha dejado vastas áreas vulnerables al fuego. La investigación de Heguy destaca cómo la pérdida de masa forestal afecta no solo a la biodiversidad local, sino también a los ciclos de lluvia que son esenciales para la estabilidad climática de toda la región.

La Amazonia es un sistema interconectado con otros ecosistemas, como la Cordillera de los Andes , y su destrucción tiene consecuencias directas para el suministro de agua y la salud de los ríos que nacen en los Andes. La investigación de Heguy subraya que, sin la Amazonia, la Cordillera de los Andes también está en peligro.

La Cordillera depende de los ciclos de lluvia que se originan en la Amazonia para mantener sus glaciares y ríos. A medida que los incendios y la deforestación continúan destruyendo la Amazonía, los sistemas fluviales están en peligro de colapsar. Los ríos que nacen en los Andes, como el Amazonas, están experimentando una disminución de caudal, lo que afecta gravemente a las comunidades que dependen de ellos para su agua potable y agricultura.

El retroceso de los glaciares andinos, debido tanto al cambio climático como a la pérdida de la Amazonia, está provocando una escasez de agua en las zonas montañosas. La agricultura, la ganadería y el acceso a agua potable se ven afectados, y la falta de agua está obligando a las comunidades a migrar en busca de mejores condiciones.

El colapso de los ecosistemas no solo afecta a la biodiversidad, sino también a las comunidades humanas . Los pueblos indígenas, que han dependido durante siglos de los bosques y los ríos, están viendo cómo sus medios de vida desaparecen ante sus ojos. A medida que el agua se vuelve escasa y los incendios destruyen sus tierras, se ven obligados a migrar a las ciudades, donde enfrentan nuevos desafíos como la pobreza y la marginación.

Además, la pérdida de biodiversidad está afectando los biosistemas locales. Animales y plantas que alguna vez prosperaron en los bosques ahora enfrentan la extinción. El cambio en los patrones climáticos también está afectando los ciclos agrícolas, lo que a su vez pone en peligro la seguridad alimentaria de millones de personas en América Latina.

La crisis de los incendios forestales es un recordatorio brutal de que la naturaleza está en un punto de quietud. La deforestación, el cambio climático y la sobreexplotación de los recursos naturales están llevando al planeta a un estado crítico. Si no se toman medidas urgentes para proteger los bosques, restaurar los ecosistemas y mitigar el cambio climático, el futuro de la humanidad estará en peligro.

Es imperativo que tanto los gobiernos como la sociedad civil actúen de manera conjunta para frenar la destrucción de los bosques y adoptar prácticas sostenibles. Solo a través de una acción concertada podremos evitar que el planeta se vuelva verdaderamente inhóspito para las generaciones futuras. También depende de nosotros en nuestras acciones diarias y nuestras costumbres de consumo que están relacionados directamente a la destrucción del planeta.

Un sueño y promesa Made in USA que ya no es tan real

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Un deseo de vivir mejor, frente a una realidad aplastante de una verdadera pesadilla en USA.

El “sueño americano” ha sido durante generaciones una promesa de éxito y prosperidad para millones de personas, tanto dentro como fuera de Estados Unidos. Este ideal se basa en la creencia de que, mediante el trabajo duro y la perseverancia, cualquier persona puede alcanzar una vida cómoda, estable y satisfactoria, independientemente de su origen o clase social. Para muchos, representa la esperanza de escapar de la pobreza, la inseguridad o la falta de oportunidades en sus países de origen.

Sin embargo, en las últimas décadas, este sueño ha comenzado a desmoronarse para gran parte de la población. Los costos de vida, la creciente desigualdad, la crisis educativa y la falta de movilidad social han hecho que la realidad estadounidense se aleja de la narrativa optimista que solía atraer a migrantes de todo el mundo.

El concepto del “sueño americano” tiene sus raíces en la idea de que Estados Unidos es un país de oportunidades ilimitadas. Durante gran parte del siglo XX, las historias de migrantes que llegaron con nada y lograron construir imperios financieros o una vida estable resonaban por todo el mundo. Este ideal se basaba en la promesa de un sistema meritocrático, donde el esfuerzo era recompensado con prosperidad. Sin embargo, en la actualidad, este mito se enfrenta a una realidad mucho más compleja.

Las oportunidades laborales no son tan accesibles como antes, y la movilidad social, que alguna vez fue un pilar del sueño americano, ha disminuido significativamente. Estudios recientes han demostrado que la desigualdad económica ha crecido a niveles históricos, y muchas personas nacidas en la pobreza se encuentran casi imposible salir de ella. Además, los trabajos bien remunerados y estables han sido reemplazados por empleos precarios y mal pagados, especialmente en sectores como la atención médica y el servicio al cliente.

Para los migrantes, el sueño americano es aún más difícil de alcanzar. Muchos llegan buscando un futuro mejor, solo para encontrar barreras insuperables, como la falta de derechos laborales, la dificultad para regularizar su situación migratoria y un sistema que los discrimina activamente. Esta brecha entre la expectativa y la realidad ha generado una creciente sensación de desesperanza, tanto para los migrantes como para los naturales del país.

Los extranjeros que llegan después de vivir situaciones de muy alto riesgo y logran pasar los controles migratorios, enfrentan una serie de desafíos sociales y estructurales que dificultan su integración plena en la sociedad. A pesar de que muchos llegan con el objetivo de trabajar arduamente para construir un futuro mejor, la realidad con la que se encuentran es muy diferente. El racismo, las barreras lingüísticas y la discriminación por su estatus migratorio son algunos de los problemas más frecuentes que tienen que experimentar a diario.

Los latinos, afroamericanos y otras minorías étnicas y raciales son particularmente vulnerables a la exclusión social. En lugar de encontrar oportunidades, muchos migrantes terminan atrapados en empleos mal remunerados y en condiciones precarias. Las barreras para acceder a derechos básicos, como la educación o la atención médica, son enormes, especialmente para aquellos que no tienen un estatus legal definido. La promesa de una vida mejor parece cada vez más remota e imposible de tener.

El racismo institucional también juega un papel importante en la exclusión social de los migrantes. Las políticas restrictivas, como la separación familiar en la frontera y las deportaciones masivas, han sembrado un clima de miedo entre las comunidades migrantes. A esto se suma la percepción de que los migrantes “roban” empleos a los ciudadanos estadounidenses, lo que genera tensiones y resentimientos. Este ambiente hostil no solo afecta a los migrantes, sino que también erosiona el tejido social del país, generando divisiones profundas, alimentadas por propuestas de campaña presidencial en estos tiempos que hay que buscar votos para retomar el poder en el caso de Trump, que lidera el movimiento antimigratorio.

Ante una vida cada vez más desilusionarte, el migrante corre el riesgo de ser victima de una plaga que erosiona la sociedad americana, y es la epidemia de opiáceos. Este problema no solo ha costado la vida a miles de personas, sino que ha expuesto una realidad preocupante: la falta de oportunidades y el desarraigo social han empujado a muchos a la adicción. La drogadicción no es un problema exclusivo de los migrantes o de las minorías, afecta a todas las clases sociales, pero ha devastado particularmente a las comunidades que se encuentran en desventaja.

La crisis de salud mental en el país también está alcanzando proporciones alarmantes. El estrés constante por las dificultades económicas, la incertidumbre laboral y la presión social por cumplir con ciertos ideales de éxito han provocado un aumento en los trastornos mentales. La ansiedad y la depresión son comunes entre los jóvenes, quienes ven cómo se desmoronan sus expectativas de una vida mejor. Muchos recurren a las drogas o al alcohol como una forma de escapar de una realidad que parece insostenible.

Este problema no solo afecta a los jóvenes o a las clases más bajas. La presión por tener éxito y cumplir con ciertos estándares sociales es abrumadora en todos los niveles. La falta de apoyo institucional y la estigmatización de los problemas de salud mental agravan la situación, haciendo que muchas personas no busquen ayuda hasta que es demasiado tarde.

La ansiedad y la depresión son comunes entre los jóvenes, quienes ven cómo se desmoronan sus expectativas de una vida mejor. En muchos casos, la falta de acceso a servicios de salud mental y el estigma asociado a buscar ayuda agravan estos problemas, lo que lleva tristemente al suicidio, que es ahora una de las principales causas de muerte entre jóvenes de entre 15 y 24 años en Estados Unidos.

A menudo, estos casos están relacionados con el aislamiento social, la presión académica y la desesperanza por no poder cumplir con las obligaciones impuestas por la sociedad. Para muchos jóvenes, la desesperación los lleva a tomar decisiones drásticas, reflejo de una crisis que sigue siendo abordada de forma insuficiente por el sistema social y médico del país. La salud sigue siendo un lujo que se paga a través de seguros médicos que van en aumento en costo y baja calidad del servicio.

Además de este drama, el mal uso de armas de fuego en un país donde el acceso a ellas es relativamente fácil, ha generado otro problema crítico: las masacres en espacios públicos, como colegios, iglesias y centros comerciales.

Estados Unidos tiene una de las tasas más altas de muertes por armas de fuego en el mundo desarrollado, y muchos de estos incidentes están relacionados con personas que sufren de trastornos mentales no tratados. Las masacres en instituciones educativas son particularmente alarmantes, ya que dejan una profunda cicatriz en las comunidades y exacerban el miedo y la inseguridad en la sociedad.

La falta de una regulación efectiva en el uso de armas y el acceso limitado a tratamiento de salud mental son una combinación que está cobrando demasiadas víctimas, que en un sistema donde la Sociedad del Rifle tiene tanto poder político y económico, difícilmente se logra ver una solución pronta.

Este ciclo de violencia, impulsado por el mal uso de armas y una crisis de salud mental sin resolver, es otro factor que contribuye a la desilusión generalizada entre los jóvenes ya la creciente sensación de inseguridad en todo el país.

En un sistema social donde la educación es un factor primordial para lograr el éxito en todos los niveles de la vida, su costo se ha disparado, dejando a millones de jóvenes endeudados y sin garantías de encontrar un trabajo bien remunerado. Hoy en día, las deudas estudiantiles en Estados Unidos superan el billón de dólares, atrapando a los jóvenes y sus familias en un ciclo de precariedad económica.

Además de la crisis educativa, los jóvenes se sienten frustrados por las limitadas oportunidades laborales que encuentran después de graduarse. Muchos se ven obligados a aceptar empleos mal pagados o sin beneficios, lo que genera una profunda sensación de desesperanza. A esto se suma una sociedad que valoriza el éxito material y el consumo por encima de otros aspectos de la vida, lo que contribuye a una crisis existencial.

La presión por encajar en moldes sociales impuestos por la publicidad y las redes sociales también afecta gravemente la salud mental de los jóvenes. El agotamiento emocional y la sensación de que el sistema está en su contra, han llevado a muchos a cuestionar la validez del sueño americano. La generación más joven ya no aspira a las mismas metas que sus padres, sino que busca formas alternativas de vivir, menos dependientes del consumo y de las expectativas de éxito.

Cuando se encuentran estas realidades de los nativos y los migrantes, en un país donde la economía y la estructura social están en crisis, los migrantes suelen ser los primeros en sufrir las consecuencias. Con la creciente xenofobia y el resentimiento hacia las comunidades migrantes, son frecuentemente vistos como chivos expiatorios de los problemas económicos de Estados Unidos. Se les culpa por la falta de empleo, por el aumento en los costos de servicios sociales y, en algunos casos, por la inseguridad en las comunidades.

Además de enfrentarse a esta hostilidad social, los migrantes se ven obligados a competir por trabajos mal pagados y con condiciones laborales precarias. Muchos quedan atrapados en el sector informal, donde no tienen acceso a beneficios laborales o derechos básicos. Esta precarización del trabajo es una de las causas que perpetúa la pobreza entre las comunidades migrantes, quienes se ven obligados a aceptar condiciones laborales que a duras penas les permite sobrevivir el día a día.

Las políticas migratorias restrictivas también contribuyen a aumentar la presión sobre los migrantes. En lugar de encontrar soluciones para una integración más justa, las políticas de deportación y criminalización exacerban el problema, separando familias y dejando miles de personas en situaciones vulnerables. Esta crisis no solo afecta a los migrantes, sino que también genera tensiones en el país, que se ve incapaz de lidiar con la realidad de una sociedad diversa.

El «sueño americano», como ideal de prosperidad y éxito, ha quedado lejos de la realidad que enfrenta hoy en día la población de Estados Unidos, tanto migrantes como ciudadanos. La creciente desigualdad económica, la crisis de salud mental, la drogadicción y el endeudamiento educativo han creado un panorama desolador, especialmente para los jóvenes. Mientras tanto, los migrantes se encuentran atrapados en un sistema que los discrimina y excluye, con pocas posibilidades de integrarse plenamente en una sociedad dividida, la presión social pesan sobre cada aspecto de la vida.

Solo quedan las imágenes de ciudades iluminadas y cosmopolitas, autos y casas grandes, barrios perfectos con calles limpias y servicios de transporte eficientes y muy bonitos. La realidad es muy diferente y más cuando vives como migrante en un país que se conformó por las grandes movimientos de personas en los siglos anteriores y que construyeron la idea del sueño americano. Por ahora es una pesadilla para millones.

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