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A estas del Doce de Octubre, un proceso de dominación, inculturación y devastación

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Esta denominación es dada al continente americano por el pueblo Kuna, desde antes de la llegada de los europeos. Este pueblo es originario de la serranía del Darién, al norte de Colombia.

Hoy conmemoramos, en el mundo hispanoamericano, la llegada del italiano Cristóbal Colón a tierras de Abya Yala, lo que marcó el inicio de la transformación radical de la vida de los pueblos originarios en lo que hoy conocemos como Latinoamérica.

Como en todas las historias narradas por los vencedores, este «encuentro» entre dos civilizaciones ha sido interpretado desde una perspectiva eurocéntrica como un descubrimiento, cuando en realidad fue un proceso de conquista violento y devastador para las culturas que habitaban Abya Yala, el nombre dado por los pueblos originarios al continente, especialmente por los Kuna de la región panameña y colombiana, que significa «tierra en plena madurez». Este nombre, alude a la riqueza cultural, ecológica y espiritual de un territorio que, con la llegada de los europeos, enfrentó el saqueo, la muerte y la imposición de una nueva cosmovisión.

La conquista española en Latinoamérica no solo implicó la dominación militar, sino también la subyugación política, económica, social y cultural de las civilizaciones que habitaban este continente. A lo largo de varios siglos, la imposición de la cultura europea, la explotación de los recursos naturales y humanos, y el establecimiento de estructuras sociales racializadas dejaron secuelas que continúan marcando la realidad de los habitantes de estas tierras de selvas, valles, montañas y una inmensa biodiversidad, que ha marcado el desastre, el saqueo y la muerte durante algo más de seis siglos.

La dominación española en América Latina se expandió durante más de tres siglos, comenzando con las expediciones de exploración y conquista a fines del siglo XV y consolidándose con la caída de los grandes imperios indígenas. En 1521, Hernán Cortés conquistó el Imperio Azteca tras la caída de Tenochtitlan, mientras que en 1533, Francisco Pizarro logró la rendición del Imperio Inca en Perú. A partir de entonces, España impuso su dominio sobre vastos territorios que abarcaron desde México hasta el Cono Sur, con la excepción de Brasil, que fue colonizado por Portugal.

Este período de dominación culminó con las guerras de independencia en el siglo XIX, impulsado tanto por factores externos, con guerras europeas protagonizadas por una Francia napoleónica, además de el creciente descontento en las colonias debido a la explotación y las desigualdades impuestas por el sistema colonial español.

Tras la colonización quedó una marca imborrable en las estructuras económicas y sociales de América Latina, que aún perduran con variables que marcan desigualdades que ha generado revoluciones, dictaduras y explotaciones de los recursos naturales a costa del bienestar de los habitantes y como ejemplo de hoy, la destrucción masiva de la Selva Amazónica y con la consiguiente pérdida del recurso hídrico en todo el continente al romperse el ciclo del agua.

Uno de los aspectos más significativos de la conquista fue la imposición del cristianismo, específicamente el catolicismo, a través de la evangelización forzada de los pueblos indígenas. Los misioneros llegaron a las tierras americanas con el objetivo de «civilizar» a los habitantes originarios, quienes eran percibidos por los europeos como seres inferiores, necesitados de ser salvados. Para la Corona española, la cristianización de los indígenas fue tanto una justificación moral para la conquista como una herramienta para consolidar su poder y hegemonia.

Las religiones y cosmovisiones de los pueblos originarios fueron demonizadas y prohibidas, y los indígenas fueron obligados a adoptar el cristianismo como parte de la cultura dominante. Iglesias y catedrales se construyeron sobre los templos indígenas, en un esfuerzo simbólico por borrar las creencias preexistentes. Sin embargo, a pesar de estos intentos de homogeneización cultural, muchos pueblos indígenas lograron mantener elementos de sus creencias ancestrales, dando lugar a una forma de sincretismo religioso que fusionaba el catolicismo con sus prácticas espirituales tradicionales, que se pueden observar en México, Perú o en las tierras del Chocó en Colombia.

La llegada de los europeos trajo consigo una devastación sin precedentes en la población indígena de América Latina. Aunque es difícil obtener cifras exactas, los historiadores estiman que la población de las Américas se redujo en un 90% en el primer siglo tras la llegada de los europeos. Antes de la conquista, se calcula que entre 50 y 100 millones de personas vivían en el continente. Para finales del siglo XVI, esa cifra se había reducido debido a una combinación de factores: enfermedades traídas por los colonizadores como la viruela, el sarampión y la gripe, la guerra, la esclavitud y las masacres perpetradas por los conquistadores.

Uno de los episodios más emblemáticos de la violencia colonial fue la matanza de Cholula, donde Hernán Cortés y sus aliados indígenas asesinaron a millas de personas en una ciudad que había ofrecido resistencia. La violencia física, sin embargo, fue solo una parte de la devastación: las enfermedades, para las cuales los pueblos originarios no tenían inmunidad, se expandieron con rapidez, diezmando comunidades enteras. En algunos casos, las epidemias fueron utilizadas como armas biológicas, como en el caso de las mantas infectadas con viruela que los colonos británicos distribuyeron.

Así como sucede hoy, la explotación de los recursos naturales fue una de las principales motivaciones detrás de la conquista. Desde el principio, los conquistadores europeos buscaron obtener riquezas de las tierras americanas, especialmente oro y plata. La minería se convirtió en una de las principales actividades económicas, y lugares como Potosí, en la actual Bolivia, se convirtieron en centros de extracción que alimentaban la economía mundial. La mano de obra indígena fue explotada a través de sistemas de trabajo forzado como la encomienda y la mita, que sometían a los nativos a condiciones inhumanas para beneficiarios a los colonos.

Desde los tiempos de la conquista se abrió las puertas al establecimiento de un sistema comercial que favorecía a Europa a expensas de América Latina y en el mundo global de hoy se sintetiza en los acuerdos comerciales entre gobiernos de occidente y las multinacionales, que de alguna forma los representan.

Las coronas europeas, España, Portugal y el imperio Británico, que les ganó su preeminencia global hasta la Segunda Guerra Mundial, establecieron rutas comerciales que permitían la extracción de materias primas de América y su exportación a Europa, mientras que los productos fabricados europeos eran vendidos en las colonias a precios elevados.

Este sistema desigual sentó las bases de las economías extractivas que todavía caracterizan a muchos países y que se van modificando según los cambios industriales, ahora el litio, el cobre, el platino y otros minerales que son básicos para las industrias tecnológicas, marcan la ruta de la explotación y de acuerdos comerciales, casi siempre en detrimento de las finanzas nacionales, además de generar procesos de corrupción a todos los niveles del estado y la sociedad. Lo que prevalece es la avaricia por el dinero y el descuido total de los biosistemas afectados e irrecuperables en la mayor parte de los casos.

La conquista introdujo un sistema de castas basado en la raza, en el que los europeos se ubican en la cúspide de la jerarquía social, seguidos por los mestizos (mezcla de europeos e indígenas), y finalmente, los indígenas y africanos esclavizados. Este sistema racial fue clave para mantener el control colonial, ya que justificaba la explotación de los grupos no europeos y aseguraba que el poder se concentra en manos de los colonos.

Las razas en general es una idea y sistema que se estableció para deshumanizar a las personas y convertirlas en máquinas de producción y mercancía, que se remonta a los imperios antiguos de Asia, África y después en Europa, donde el hombre con características identificadas al poder sojuzgaba a los distintos, establecidos como inferiores y hasta calificados como animales o cosas.

La explotación del recurso agrario fortaleció el latifundio, o la concentración de grandes extensiones de tierra en manos de unos pocos, y fue otra consecuencia del sistema colonial que sigue vigente en muchas partes de América Latina. Este modelo de propiedad de la tierra perpetuó la desigualdad económica y social, y contribuyó a la marginación de los pueblos indígenas y afrodescendientes. Ha generado incesantes guerras en todos los países latinoamericanos, y hoy se hace a través de empresas globales que por terceros están comprando tierras para la agroindustria, como sucede en Brasil, Colombia y Argentina principalmente.

La conquista no solo trajo consigo una explotación económica y social, sino también un proceso de colonización cultural. Los colonizadores europeos impusieron su lengua, sus valores y sus formas de vida, promoviendo una visión del mundo en la que Europa era el centro de la civilización. Las culturas indígenas fueron menospreciadas y vistas como primitivas, y sus lenguas, tradiciones y conocimientos fueron relegados al olvido.

Este proceso de imposición cultural llevó a una internalización del eurocentrismo por parte de las élites criollas y mestizas, que adoptaron los valores europeos y promovieron una visión del progreso que dejaba de lado las contribuciones de las culturas originarias. Esta mentalidad ha tenido consecuencias duraderas en las sociedades latinoamericanas, donde persisten formas de racismo y discriminación contra los pueblos indígenas y afros.

Hoy en día, aún a pesar de movimientos de rescate de las culturas ancestrales, lo cierto es que ese desprecio por lo indígena aún prevalece y siguen siendo victimas de los sistemas de gobierno que favorecen a los latifundistas, a reformas de territorios expropiando o deforestando selvas en donde algunos pueblos han decidido alejarse de las ciudades y pueblos. Aún así son destruidos en estos tiempos.

La conquista del imperio español en Abya Yala dejó cicatrices profundas que todavía marcan la realidad de América Latina. Las estructuras de explotación económica, las jerarquías raciales y la imposición cultural siguen vigentes, aunque muchas veces de formas más sutiles. A pesar de ello, los pueblos indígenas y afrodescendientes han mantenido viva la memoria de sus culturas y siguen luchando por el reconocimiento.

Hoy, los movimientos indígenas en América Latina reclaman justicia histórica y buscan revertir siglos de marginación y explotación. La resistencia cultural y la lucha por la autonomía sobre sus territorios son una prueba de que, a pesar de la devastación de la conquista, los pueblos originarios continúan siendo actores clave en la construcción de una sociedad multicultural.

Es irónico que frente a la crisis climática, algunos sectores de la academia universitaria se acercan a conocer y validar el conocimiento ancestral, para intentar detener el deterioro del planeta. Una prueba de ello son los procesos agroecológicos por encima de los agroindustriales que tanto daño han causado a los biosistemas del continente.

En una Europa aún más envejecida, en un imperio norteamericano que se encuentra en la encrucijada de la propuesta de un mundo multipolar, de guerras desastrosas e inhumanas aún por territorios, Abya Yala se enfrenta a la destrucción de sus ríos, selvas, montañas, a gobiernos tiránicos, otros seudo democráticos marcados por la corrupción y guerras civiles de nunca acabar, ahora financiadas por el narcotráfico y ya no por ideas de cambios fundamentales. Además ve como su juventud formada académicamente se va en busca de sus sueños a otras tierras, dejando a la gente mayor en soledad y en la incertidumbre de un presente complejo y un futuro aún más incierto.

Los imperios cuando cumplen su ciclo y ceden su espacio al siguiente poder global, siempre han dejado miseria, clasismo, corrupción y en el subconsciente colectivo, que el imperio es el sueño por lograr, lo que no nos damos cuenta, es que el sueño del imperio eran estas tierras que la naturaleza marcó con una inmensa riqueza de vida y que solo requiere cuidadores y no explotadores.

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