En América Latina, casi 20 millones de personas en nueve países sufren inseguridad alimentaria aguda. El número aumentó de 17,8 millones en 2022 a 19,7 millones en 2023. Colombia se suma por primera vez a la lista de países con inseguridad alimentaria aguda. El informe dice que solamente el 3% de la población autóctona (1,6 millones de personas) se encuentra en esta situación frente al 62% de los migrantes y refugiados (2,9 millones).
Según informe del DANE los resultados de la medición de la inseguridad alimentaria obtenidos en la ECV de 2022, la prevalencia de inseguridad alimentaria moderada o grave en los hogares del país fue del 28,1%. Es decir, 28 de cada 100 hogares tuvieron dificultades para acceder a los alimentos durante los últimos 12 meses, debido a falta de dinero y otros recursos. En el total nacional, la prevalencia de inseguridad alimentaria grave fue de 4,9%, lo que significa que en 5 de cada 100 hogares al menos una persona en los últimos 12 meses tuvo hambre y no comió o se quedó sin comer durante todo un día por falta de dinero u otros recursos. Respecto a la prevalencia de la inseguridad alimentaria en las cabeceras municipales en comparación con la prevalencia en áreas rurales (centros poblados y rural disperso), los resultados indican que 27 de cada 100 hogares urbanos experimentaron inseguridad alimentaria moderada o grave, mientras que en hogares rurales la prevalencia fue mayor con 33 de cada 100 hogares en esta situación.
En un país que así mismo se considera un gran productor de frutas, verduras, de diversas ganaderías, que tiene estabilidad climática, estas cifras son alarmantes considerando que en la práctica los alimentos o no son suficientes, son muy costosos, o simplemente el desperdicio de los mismos por temas del comercio es una constante en nuestra sociedad. Esto se agrega a la indiferencia del ciudadano del común que no logra percibir las realidades de sus vecinos o las realidades son tan diversas que no se logra tener una visión en las ciudades grandes, los pueblos y villas y las zonas rurales.
De estas últimas, los cambios en la forma de la tenencia de la tierra, la presencia de monocultivos industriales, la pérdida de la autonomía financiera del campesino, lo han convertido en empleado mal pago y convocado a dejar de lado tradiciones que aseguran su alimentación con las huertas caseras y animales de corral que por siglos acompañaron las casas campesinas. Hoy no es de extrañar que compren productos comestibles costosos para su economía familiar y que generan a la larga enfermedades complejas de atender en la ruralidad.
En las ciudades, el desempleo, la informalidad, la migración, la inestabilidad laboral mellan cualquier economía familiar. En el caso colombiano se suma la presencia de extranjeros que van de paso al sueño americano y que de alguna forma aumentan las cifras de malnutrición y de hambre. Organizaciones como el Banco de Alimentos aportan a diversas organizaciones y parroquias mercados pero no son suficientes ante la creciente cantidad de solicitudes de asistencia social.
Otro aspecto de esta realidad es la malnutrición. Las familias sin recursos consumen refrescos embotellados, productos comestibles, harinas procesadas y azúcares, realidad que destroza el crecimiento sano de los pequeños, generando en ellos potenciales enfermedades, carencia de vitaminas, minerales y proteínas necesarias para un desarrollo físico y cerebral adecuado. Si esto no se corrige a tiempo en el futuro de sus vidas se verán las trágicas consecuencias en una sociedad que solo da espacio a la alta competencia en todos los campos de la vida.
Se pueden prometer infinidad de campañas gubernamentales, institucionales tanto locales, nacionales como del orden internacional, pero no llegarán de forma asertiva ante las crecientes necesidades. Una forma práctica y que ha demostrado ser útil son las huertas urbanas, propiciadas y administradas por las mismas comunidades, donde en terrenos pequeños es posible cultivar en procesos agroecológicos que han demostrado su eficiencia.
Se gana en alimentos, en construcción de comunidad y en la responsabilidad que implica nutrir de forma adecuada a los miembros de esas organizaciones que obedecen a la necesidad y fundamentalmente a la independencia que genera producir sus propios alimentos.
El Jardín Botánico de Bogotá colabora directamente con las comunidades que están interesadas en conformar huertas urbanas que benefician directamente a las personas que participan y que en el tiempo se van constituyendo una red de apoyo, conocimiento y de experiencias para lograr mejores cosechas urbanas. El Ingeniero Edgar Hernán Lara García nos comenta sobre esta experiencia del JBB en la ciudad.
Es muy cierto la situación actual es muy diferente a lo que era hace no muchos años, es difícil comprender el cambio tan drástico que tuvimos en tampoco tiempo. Y peor un país tan agricola como el nuestro.
La industrialización como opción de riqueza, que soportaba imperios como el Británico y en la actualidad a los USA, hicieron posible una revolución gigantesca que esta matando el planeta, aunque lo cierto es que se transformará como ya lo ha hecho pero sin nosotros, posiblemente.