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¿Cuál es el precio de nuestra comodidad urbana?

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Ciudades que crecen devorando la biodiversidad en todas sus expresiones, además de desperdiciar los recursos que le dan vida.

Las ciudades en el mundo siguen creciendo. Alguna muy bien planificadas como sucede en China, otras al garete como sucede en los países en vías de desarrollo, donde se incluye Colombia. Frente a este desorden de crecimiento poco planificado y muy descuidado que va en contra de los ecosistemas que han sobrevivido a pesar de las ciudades, cada vez son más atacados, bien por urbanizaciones concertadas o por invasión a terrenos que con el tiempo se van normalizando.

La población urbana sigue aumentando, tanto por la migración rural, la ocasionada por conflictos internos y externos, lo que hace necesario dar solución de vida a estas personas, que seguirán llegando por la crisis climática, que en nuestro continente se representa hoy por fuertes inundaciones y olas de frío al sur, por el fenómeno de La Niña en la parte norte y la temporada de ciclones en el Caribe. Así el crecimiento urbano significa invadir tierras, desafortunadamente el reciclaje urbano no se hace y hay construcciones en desuso, abandonadas o subutilizadas, no solo en los centros de las urbes, también en sus periferias.

El mal uso del suelo urbanizado y no utilizado demuestra poco interés por parte de la administración pública, por las empresas constructoras y por esa mirada miope del negocio super rentable para los financieros de vivienda. La renovación urbana y la densificación del centro de la ciudad podrían contribuir a un desarrollo más sostenible, eficiente y que tenga en cuenta las necesidades ambientales. Esto incluye la promoción del uso de energías renovables, la reducción de emisiones y la gestión adecuada de residuos. La creación de más espacios verdes y la promoción del transporte público y no motorizado que son esenciales para mejorar la calidad de vida y reducir el impacto ambiental.

Pero, muchos no tienen referencias claras del lugar en donde se construye Bogotá: la Sabana de Bogotá. Históricamente es una región agrícola de gran importancia por la calidad de su suelo, la presencia de corrientes de agua que provienen de la cordillera y se amortigua con los humedales. Sin embargo, el crecimiento urbano descontrolado ha llevado a una disminución significativa de las tierras destinadas a la agricultura. La expansión de la ciudad ha implicado la conversión de terrenos agrícolas en zonas residenciales, comerciales e industriales. Entre 1990 y 2020, aproximadamente 40,000 hectáreas de tierras agrícolas fueron urbanizadas, lo que representa una pérdida considerable para la producción agrícola local. y con los consecuentes daños ambientales de todo orden.

El rápido aumento de la población urbana ha incrementado significativamente el consumo de recursos naturales para lograr tener un nivel de comodidad importante. Tomando como referencia los años de 1990 y el 2020 podemos apreciar el aumento significativo en los servicios públicos domiciliario. El consumo promedio per cápita de agua pasó de 120 litros por día a 180 litros por día. Hoy tenemos racionamiento que se puede prolongar por más tiempo. En términos de energía eléctrica el consumo promedio por hogar era de 250 kWh al mes y se duplicó a 500 kWh al mes. Este aumento refleja una mayor dependencia de los aparatos eléctricos y electrónicos por el incremento del nivel de vida. El consumo de gas domiciliario pasó de 5 m³ al mes y ascendió a 12 m³ al mes.

Esa comodidad genera además importantes niveles de la contaminación del aire, la alta concentración de vehículos diésel y la actividad industrial son las principales fuentes de emisión de contaminantes. Según un estudio realizado en 2020, el 60% de las emisiones de partículas PM2.5 proviene de los vehículos diésel, mientras que el 30% se atribuye a las factorías y el 10% a otras fuentes. Las estaciones de monitoreo de calidad del aire en la ciudad han registrado niveles de PM2.5 que superan los estándares recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). En promedio, los niveles de PM2.5 en Bogotá son de 35 µg/m³, mientras que el límite recomendado por la OMS es de 10 µg/m³.

El entorno montañoso verde de la cordillera que rodea la Sabana ofrece una oportunidad única para integrar espacios naturales dentro del tejido urbano, proporcionando áreas de recreación y preservando la biodiversidad con un clima lluvioso y frío, aunque esas condiciones van cambiando, aún así las precipitaciones pueden ser aprovechadas para la recolección y uso eficiente del agua de lluvia, mientras que el clima fresco reduce la demanda de energía para refrigeración.

La protección y el manejo adecuado de estos espacios son cruciales para mantener el equilibrio ecológico y mejorar la calidad de vida de los habitantes. Un triste protagonista del descuido con el agua que tenemos es el río Bogotá, uno de los principales afluentes del río Magdalena, ha sufrido una severa contaminación debido a las descargas de aguas residuales domésticas e industriales. A pesar de los esfuerzos para tratar las aguas residuales, gran parte de ellas sigue vertiéndose sin tratamiento adecuado. Esto ha convertido al río en uno de los cuerpos de agua más contaminados del país, y tiene repercusiones en la biodiversidad y en la salud pública. Los altos niveles de contaminantes, como metales pesados y materia orgánica, han reducido drásticamente la calidad del agua, haciendo que sea prácticamente inutilizable para la agricultura o el consumo humano.

Bogotá ha hecho esfuerzos significativos para promover la movilidad sostenible a través de la implementación de ciclovías con más de 500 kilómetros de rutas dedicadas para ciclistas. Esto no solo fomenta el uso de la bicicleta como medio de transporte, sino que también contribuye a la reducción de la contaminación del aire y del tráfico vehicular. La incorporación de buses eléctricos en el sistema de transporte público TransMilenio y la introducción de taxis eléctricos son pasos importantes hacia la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Estos esfuerzos, aunque todavía en fases iniciales, muestran el compromiso de la ciudad con la sostenibilidad y la protección del medio ambiente.

Y aquí hay un protagonista que hace la ciudad, sus habitantes. Y la formación de una ciudadanía más consciente y responsable es esencial para enfrentar los desafíos ambientales de Bogotá. La educación ambiental debe ser una prioridad en las escuelas y comunidades para fomentar el respeto y la protección del entorno natural. Programas de reciclaje, campañas de prácticas sostenibles en el hogar y en el trabajo son fundamentales para lograr un cambio significativo y hacer posible una ciudad caracterizada por el verde, el agua, la biodiversidad en sus bosques.

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